Cuando el entusiasmo de los cubanos que reciben productos estadounidenses iba en aumento Raúl Castro lo golpea de un plumazo. Así de simple parecen ser las nuevas tarifas regulatorias, puesta en efectos a partir del 18 de junio del presente mes y otras que se harán efectivas el 2 de agosto y el 3 de septiembre de este año respectivamente, para aquellos que envían artículos y bienes a Cuba.
Los principales afectados serán los familiares acostumbrados al acceso de diferentes utilidades proveniente, en la mayoría de los casos, del mercado norteamericano, país donde residen dos millones de cubanos, cuyos lazos afectivos con la isla perdura a pesar de las diferencias políticas entre los dos gobiernos y el viejo embargo comercial y financiero.
Según los analistas, las autoridades cubanas tienen urgencia de tener en sus manos dinero en efectivo que les permita maniobrar con cierta libertad ante la crisis mundial. Para ello, establecen gravámenes altos hacia los artículos extranjeros que llegan o son enviados a la isla. El propósito es estimular que los familiares opten por enviar divisa que en definitiva terminan en las arcas del estado por ser el dueño absoluto del mercado interno del país.
Posiblemente los fundamentalistas del politburó tratan, con esta medida, mantener el control de los pequeños negocios, o timbiriches, diseminado por toda Cuba, argumentado la necesidad de evitar la aparición prematura de nuevos ricos en un país donde la miseria se ha pluralizado al nivel de Honduras y Haití.
Marzo Fernández, un economista exiliado, y que conoce de cerca las maniobras del gobierno cubano, por haber pertenecido a él, declaró al diario El Nuevo Herald que "los activos bancarios del gobierno cubano en el exterior han descendido en los últimos tres meses del año de cinco mil seiscientos cincuenta millones a cuatro mil cien millones". El escenario no podía ser peor, de ahí la injustas medidas de imponer un valor agregado a los envíos de recursos a los familiares en la isla.
Una politóloga checa, cuya identidad pidió mantener en el anonimato, considera "una torpeza tales disposiciones en un país abatido por la crisis y la incapacidad para producir autosuficientemente alimentos para su población".
Raúl Castro, recientemente visitaba Viet Nam y al parecer que olvidó preguntarles a los líderes de aquel país como resolvieron sus problemas con los millones de exiliados que enviaban recursos materiales y financieros a sus familias. Los cambios estructurales en la economía vietnamita son altamente reconocidos porque, entre otras cosas, estimularon el regreso de los residentes en otras naciones con todos los bienes y propiedades sin imponérseles un centavo de hipoteca, lo cual contribuyó a estimular el desarrollo de su riqueza hasta convertirse en uno de los países con mayor taza de crecimiento en el mundo.
La economía socialista de mercado, del país asiático, ha impulsado el desarrollo industrial en Viet Nam, ha reducido los niveles de pobreza y hoy aquella nación, enemiga de Estados Unidos, se ha convertido en una de la más importante exportadora de café y arroz del mundo. Productos vietnamitas de alta calidad, son visibles en el mercado norteamericano y la política económica de los líderes comunista se orienta a seguir el tradicional ritmo de crecimiento de naciones vecinas como China y Tailandia.
Raúl se resiste hacer bien las tareas en casa por temor a perder el control de la sociedad. Lo doloroso es que desprecian a sus propios compatriotas amordazándolo hasta más no poder y sacándole hasta el último el kilo con unos impuestos indignantes e improcedentes. Lo hace porque sabe bien que un cubano en Miami, o cualquier otro sitio, no abandonará a su suerte a sus familiares en Cuba.
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