Los caminos hacia la democracia en Cuba atraviesan por muchas imperfecciones. Primero, los actores internos del cambio, muchos de los cuales arribaron a la disidencia política por el descontento con el régimen sin tener conocimiento de como enfrentarlo, están embaucados en una discusión fuera de contexto y atraídos por motivar desde el exterior acciones concretas que lleven la libertad a la isla.
El protagonismo, ese mal endémico en nuestra cultura política, la falta de una visión moderna del país que se desea construir y la ausencia de herramientas estratégicas, mantienen estancadas las avenidas de la reconciliación entre cubanos. Se une a lo anterior, el poco deseo de crear concertaciones, consensos y acuerdos mínimos entre las agrupaciones en Cuba, cuya lista es tan larga como sus discrepancias.
Segundo, en el exilio, existe un calco idéntico y un desliz sobre la realidad cubana que los obliga a improvisar mediante reacciones irracionales, afectivas y desproporcionadas, en muchos casos. Se trata de lo mismo, pero visto en un contexto libre, donde la libertad para implicarse en acciones políticas tropieza con la incultura de muchos de los que promueven las principales gestiones sobre Cuba.
Ahora, cincuenta y tres años después de que la revolución cubana consolida su liderazgo sin Fidel Castro, y cuando Raúl ha demostrado manejar las cuestiones del estado con mejores riendas que su hermano, continúan surgiendo organizaciones dentro y fuera de la isla para repetir lo que otras llevan haciendo durante décadas.
Lo que más me impresiona de las que surgen en Estados Unidos, es como se plantean un viaje inaugural a Washington para exponer al poder real del país más poderoso del mundo su agenda para la Cuba que ellos imaginan. Van cargados de entusiasmo, como si fueran los adalides del bien y descantan todo lo que no esté cosido con el alambre de sus ideas.
De Cuba llegan, casi todos los días, diferentes declaraciones de diversos grupos de opositores. La más común de sus inquietudes es aquella que reprende la postura de las autoridades mundiales que visitan La Habana, cosquillean con el gobierno y nunca aceptan reunirse con los disidentes. También en esos textos se puede leer el optimismo que se desprende de la llegada de algunos visitantes que como Benedicto XVI pasaron por Cuba.
Cualquiera interpretaría que existe un interés porque otros hagan nuestros deberes, ya sea en Washington, El Vaticano o Madrid.
Un joven holguinero radicado en esa zona oriental de la isla, con quien más de una vez he conversado, define el futuro de Cuba a través de la movilización del pueblo porque es la única manera posible de que el régimen se sienta amenazado. Y tiene razón, porque la fuerza que puede emanar de la inconformidad colectiva es imparable y el gobierno lo sabe. Por eso se siente cómodo mientras sigan surgiendo más y más grupos en todas las orillas donde haya un cubano enfretadas entre si.
El mundo global, nos exige acercarnos a todas las fronteras en busca de apoyo, pero teniendo en cuenta, sobre todas las cosas, que el asunto interno es solamente nuestro y su solución es nuestra responsabilidad.
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