Fue el final de un esperado congreso con pocas nuevas caras en la alta nomenclatura del buró político y el secretariado y un solo objetivos: más y mejor socialismo. La escenografía acogía el mismo guion de más de medio siglo entre el aplauso opaco de los seleccionados a las gradas, la presencia de un Fidel Castro endeble sin su tradicional uniforme verde olivo y su hermano menor adueñándose de todos los poderes del país.
Cuba es una mitología política, dice Omar López Montenegro, y en este congreso los signos de esa verdad empapelaron los mantos de la esperanza. Los incrédulos, los que miran con optimismo las movidas del régimen para ganar tiempo en el poder, estarán frustrados porque el único cambio visible ha sido repetir las consignas de socialismo o muerte con un coro donde están presente algunas mujeres y un poco más de negros.
Raúl Castro es astuto y con mucha habilidad a logrado innovar la expectativa para consolidar la autoridad de la gerontocracia en el poder. Aunque parezca increíble es Cuba en el siglo veinte y uno. Salvo el anuncio de unas pocas reformas económicas, el destino político del país sigue pasando por el prisma de los hermanos Castro.
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