Cualquier análisis acerca del último congreso del partido comunista de Cuba deja abierto la oportunidad de realizar muchas conclusiones. Sin embargo, la más evidente es el temor de la clase política del totalitarismo tropical a los jóvenes. En la conformación del buró político y del secretariado, que son los órganos del poder real en Cuba, muy pocos rostros se distancian de las arugas y las canas de la Ortodoxia Castro Fundamentalista.
Los pocos que están parece que superan la prueba del departamento de cuadro y son tan incondicionales que han ganado la confianza para estar allí. Díaz Canell Y Misael Enamorado, los de menos edad, representan a una clase de políticos pragmáticos cuyo acceso al poder lo realizaron pisando cabeza como escalera para llegar al pináculo de los Castro.
El primero se destacó en la Universidad Central de las Villas como un verdugo que durante el proceso de profundización de la conciencia revolucionaria, en ese centro de educación superior, ajustó cuenta a todos los que tuvieran una opinión diferente. Misael, por su parte, siempre actuaba como un sigilo morboso, apolillando a todos para quitárselos de encima y rodeándose de un grupo de tuneros incultos que enaltecía su credo revolucionario. Es un hombre parco y de poca educación integral, a pesar de ser ingeniero, capaz de desatender a su única hija, con severo retraso mental, para servir al proceso revolucionario.
Esas actitudes son las que tienen espacio en el exiguo y renovado mando de la revolución. Aunque el relevo no está asegurado, como afirma el propio Raúl Castro, mucho ojo con los jóvenes que están porque ellos no hacen el ruido de Roberto Robaina, Pérez Roque o el carismático Luis Orlando Domínguez, sin embargo, ambicionan estar en lista de los elegidos para la sucesión.
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