El profesor, José Antonio Arias, agudo en sus opiniones y sereno observador en todas las distancias, relata (con nombres incluidos) las dudosas declaraciones de Quincy Jones sobre destacadas figuras de la canción. El señor Jones, es conocido en el mundo de la música como un excelente productor, arreglista y director. Zoé Valdés, acostumbrada a decir la verdad sin medias tintas, reaccionaba oportunamente ante otras confesiones de Jones. Esta vez, el productor, en unas intempestivas respuestas, dijo a la revista Vulture haber cenado –hace doce años- con Ivanka Trump y que: “sus piernas eran las más bonitas que había visto en su vida” Lo de tener buenas piernas y que sean hermosas no está mal. Puede, y las mujeres lo saben, ser una galantería asentida, pero aludir otra cosa (relaciones sexuales) es un acto tan bajo que merece el desprecio social. La doctora Helen Kaplan, justificaba todos los episodios en la intimidad de una pareja, dejando a las paredes y sábanas como único testigo. Esa lección ética y de respeto a la mujer (hombría, como decimos en Cuba) hubiera sido útil inculcársela al productor Jones y dejaría de ser un anciano gárrulo e insidioso. En mi pueblo le dirían alardoso o charlatán y con eso se queda corto.
Saturday, February 10, 2018
Wednesday, February 7, 2018
Miedo a las alturas
En las dictaduras comunistas se inocula el miedo a escala social y quienes provocan esa enfermedad también la padecen. En Cuba, ahora mismo, la jerarquía política ha prohibido los vuelos de drones en la zona donde el régimen concentra su poder. La plaza Cívica José Martí (hoy plaza de la revolución) es sede del Consejo de Estado, el Ministerio de las Fuerzas Armadas, el tenebroso Ministerio del Interior, también el de Comunicaciones y a saber cuántos enclaves más vinculados al aparato. La medida tiene un claro objetivo: el primero, alejar el ojo de cualquier cámara indiscreta en capacidad de grabar los movimientos de los líderes del proceso. El segundo (es una hipótesis) asegurar esa parte de la Habana de un posible ataque con esos aparatos inteligentes capaces de portar armas sofisticadas y disparar con precisión sobre cualquiera. En la mentalidad de los kuadros revolucionario (con K, como lo escribiría Cabreras Infantes) se sostienen las mismas ideas paranoides del desaparecido Fidel Castro. El comandante, quien sumaba más intentos de asesinatos fallidos de los que realmente fueron, hizo creer que dos veces al mes intentaban matarlo. Esas fantasías justificaban varios anillos de seguridad a donde fuera. Ahora, sus discípulos para asegurase la continuidad en el poder temen a las alturas por donde vuelan los drones.
Friday, February 2, 2018
Piedad y mala suerte
Ha muerto, en La Habana, Fidel Castro Díaz Balart, hijo del dictador cubano de igual nombre. Tenía 68 años de edad y una historia personal incierta por el entorno de autoridad, secretismo y terror que le rodeaba. Su vida de niño pasaría por el trauma de la separación forzosa. Su padre, el desaparecido Fidel Castro, obsesionado con poseerlo todo, lo arrebató a la fuente de seguridad, que era su madre, para forjar en el menor un carácter revolucionario similar al suyo. Vivió secuestrado y en silencio hasta un día, donde aparece convertido en hombre, científico, estratega nuclear, dominando varias lenguas y un parecido al padre que algunos imaginaron la continuidad del castrismo en un rostro análogo al patriarca de la revolución. El misterio y los mitos del gobernante antillano le acompañaron siempre. Es la lógica en un país sin transparencia, donde el imaginario del pueblo crea héroes y villanos. Fidelito, por ser el hijo de papá, era lo primero para la gente de aquel país.
El doctor Sigmund Freud, con su Psicoanálisis, junto a otros destacados psicólogos y psiquíatras, asegura que los traumas de la niñez, prensan tanto al individuo, en la edad temprana, hasta llegar a provocar, en las etapas posteriores de su desarrollo (adolescencia y adultez) la aparición de ciertos traumas de importancia. ¿Cuáles serían los de Castro Díaz Balart al ser separado, por el atrevimiento de un tirano, de su madre a los ocho años de edad? Nunca lo sabremos. Y cabe preguntarse: ¿Alguien es capaz de imaginar a Castro, después de un monólogo de siete horas, regresar a su casa y dedicarle treintas minutos de juego a sus hijos o decirle los quiero? Fidel Castro amaba sólo a su revolución lo cual era igual que amarse a sí mismo.
Ser hijo de un déspota tiene su precio y Fidelito (como todos lo llamaban en Cuba) hoy lo está pagando. He leído las reacciones, sobre las supuestas causas de su muerte, en las redes sociales y he encontrado algunos comentarios que invitan a reflexionar. Alguien, atraído por su militancia contra el castrismo, brindaba por el fallecimiento del hijo mayor del dictador cubano. Es verdad, que vivió los privilegios negados al pueblo, disfrutaba de la miel del poder, viajaba libremente por el mundo, vacilaba de lo lindo (así decimos en Cuba) y nunca mostró, al menos que se sepa, una pulgarada de inconformidad por los excesos de su padre. Todo eso es verdad. Sin embargo, no mató a nadie, ni dictaba sentencia injusta contra otro cubano y menos exigió a millones de compatriotas suyos ir al exilio. Distinguir entre hijo y padre es importante. Fidelito no escogió al papá que tuvo. El destino le concedería, en ese caso, la peor de la suerte.
Justamente, después de la noticia del fallecimiento de Castro Diaz Balart y las reacciones sobre su tragedia, recordaba la masacre ordenada por Vladimir I. Lenin contra la familia imperial rusa, los Románov. El creador de la URSS, abatió con el mismo odio cerval al Zar, a su esposa y a sus cinco hijas. También, a todos aquellos miembros incondicionales de su séquito decididos acompañarle. Para aquel criminal bolchevique las hijas del Zar eran como su padre y merecían igual castigo ¡Qué horror! (…) La magnitud del rencor de un tirano y sus maldades no deberían, por venganza, llevar a nadie a repetir los mismos actos de su execrable actuación. Sería saludable, para el bien de Cuba y su futuro, desprendernos de los estigmas malignos de Castro. Aquel sistema enseña a odiar. Lo sabemos todos. Nosotros, con honestidad lo digo, debemos ostentar nuestra superioridad ética sobre el imaginario comunista insular. Hacer la diferencia, a la alta dosis de odio del castrismo, implica demostrar algo superior en cuantía y atributo: la piedad para los que no tienen las manos limpias de sangre
Ser hijo de un déspota tiene su precio y Fidelito (como todos lo llamaban en Cuba) hoy lo está pagando. He leído las reacciones, sobre las supuestas causas de su muerte, en las redes sociales y he encontrado algunos comentarios que invitan a reflexionar. Alguien, atraído por su militancia contra el castrismo, brindaba por el fallecimiento del hijo mayor del dictador cubano. Es verdad, que vivió los privilegios negados al pueblo, disfrutaba de la miel del poder, viajaba libremente por el mundo, vacilaba de lo lindo (así decimos en Cuba) y nunca mostró, al menos que se sepa, una pulgarada de inconformidad por los excesos de su padre. Todo eso es verdad. Sin embargo, no mató a nadie, ni dictaba sentencia injusta contra otro cubano y menos exigió a millones de compatriotas suyos ir al exilio. Distinguir entre hijo y padre es importante. Fidelito no escogió al papá que tuvo. El destino le concedería, en ese caso, la peor de la suerte.
Justamente, después de la noticia del fallecimiento de Castro Diaz Balart y las reacciones sobre su tragedia, recordaba la masacre ordenada por Vladimir I. Lenin contra la familia imperial rusa, los Románov. El creador de la URSS, abatió con el mismo odio cerval al Zar, a su esposa y a sus cinco hijas. También, a todos aquellos miembros incondicionales de su séquito decididos acompañarle. Para aquel criminal bolchevique las hijas del Zar eran como su padre y merecían igual castigo ¡Qué horror! (…) La magnitud del rencor de un tirano y sus maldades no deberían, por venganza, llevar a nadie a repetir los mismos actos de su execrable actuación. Sería saludable, para el bien de Cuba y su futuro, desprendernos de los estigmas malignos de Castro. Aquel sistema enseña a odiar. Lo sabemos todos. Nosotros, con honestidad lo digo, debemos ostentar nuestra superioridad ética sobre el imaginario comunista insular. Hacer la diferencia, a la alta dosis de odio del castrismo, implica demostrar algo superior en cuantía y atributo: la piedad para los que no tienen las manos limpias de sangre
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