Pasan escurridizo por nuestro lado y no advertimos el peligro. Son vándalos, incapaces de hacer bromas o soñar, como si la vida no importara, porque se acomodan con facilidad al terror. Esos delincuentes, no usarían jamás un pincel, un arca, un espejo, incluso, un papel para escribir sus nombres. Todo le va tan mal en este mundo que prefieren vírgenes celestiales más allá de la muerte. De Algeciras a Rabat, se disfrazan de santos y son lo contrario. Mueren alegres, matan por placer y agradecen a un Dios equivocado. Encerrados en los márgenes del delirio se convierten en pólvora para ser proclamados como mártires. Después de los días de tragedia y las noticias, sus nombres no se esculpen y los imanes evitan los sermones donde estén sus recuerdos porque de nada vale. Nunca valieron nada.
Si Barcelona llora hoy a sus muertos, como antes Paris, Londres y Berlín lloró a los suyos, es porque cada lágrima tiene el valor de la vida. Los criminales no saben de amor. Tampoco de paz y menos de perdón. La venganza, su arma elegida, desnuda su vileza y cobardía. El reducto frágil de su imaginario y el error de su credo plagado de infamia. Allí donde vayan serán vencidos.
Deberían apurarse los políticos para frenar la constante amenaza del islam sobre Europa. Yo recuerdo a Oriana Fallaci y sus advertencias sobre este complicado asunto. Eurabia, podría llamarse el Viejo Continente, decía la escritora y periodista. Algunos, los que no saben escuchar, la tildaban de racista y delirante, pero no, ella estaba en lo cierto. El fundamentalismo islámico es implacable, hegemónico y avasallador. Su credo pasa por la imposición y sus leyes castigan con severidad. Matar a cruzados es su lema y occidente es el blanco a batir.
Vaya maldad la de esa gente.
No comments:
Post a Comment