No conocía a Osmani García y me alegro por
ello. Tanto que no mencionaré más su nombre porque no quiero recordarlo. ¿De qué
valdría prestarle atención a lo vulgar, a lo que no edifica? Sin embargo, el
muchacho deja algunas cosas que vale la pena considerar.
Él, punto y aparte, merece poca atención pero, sus palabras
sí. Su catarsis pedestre es el síntoma común en una enfermedad tropical que flagela
a los cubanos. Es aquella que se hace acompañar de un lenguaje particular y
oprobioso dedicado a quienes no se alinean en la línea de su verdad. Y este
chico, furioso y al parecer peligroso, posee la vacuna de la obstinación para enzarzarse
con diatribas vulgares como su propio canto. ¿Cuántos más hemos visto acá y allá
profiriendo montones de obscenidades sin el menor recato?
Su vocabulario prosaico es propiedad de su mente y en
ella no caben expresiones decentes. Y es verdad, la palabra es un acto interno
que describe casi todo en las personas y en su entorno. Ese jovenzuelo, gesticula,
la sangre se le sube al cuello, vocifera, ataca sin piedad y sin prudencia y,
para orgullo propio, se muestra presuntuoso, en su iracundia, con su guapería criolla
insertada en los eslabones de su cadena. Después de todo debemos alegranos porque es fácil saber en presencia de quien
estamos.
Esa noticia no merece fotos porque las expresiones
verbales de “reguetonero” son las
mejores imágenes que pueden servir para saber de dónde viene y a donde debe
estar.
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