Mi deber moral, como forma de pago a la nación que me da
abrigo, es advertirle sobre ciertos peligros que gravitan en su entorno y que
se consolidan en la conciencia social, en un grado ciertamente alarmante, y de forma, posiblemente, inmutable.
Justamente, al evaluar el proceso que llevó a Barack
Obama a la Casa Blanca, su posterior ejercicio del poder, el manejo de la
política exterior y el vuelco de los jóvenes a un ideario político radical y de
izquierda, no cabe duda que en América se está produciendo una disgregación
rápida de los fundamentos que dieron origen a esta nación.
La alegría, que ningún hombre de izquierda en el mundo
oculta, por la forma en que Estados Unidos se conduce en los últimos ocho años
puede, de alguna manera, servir para entender cómo se deterioran los pilares
democráticos americanos. No se justifica cambiar la imagen de América en el
mundo haciendo concesiones de principios y arrodillándose antes quienes desean
poner de rodilla a este país.
Este proceso viene avanzando hace muchos años. A manera
de ejemplo. Un joven profesional cubano residente en Madrid vino a Washington
DC para sostener algunos encuentros políticos que le ayudara a impulsar una
agenda de solidaridad por los africanos discriminados en España. Fue arropado
en la ciudad por algunos adalides del capitolio y terminó bebiendo Havana Club
y Mojito en la desaparecida Sección de Intereses de Cuba en la capital del
país. Contaba luego, que allí estaba la crema y nata de una extensa red de
organizaciones No Gubernamentales que operan en el país. Aprovechaban la
oportunidad para felicitarse por el cambio de presidente en la Casa Blanca y
los avances de la izquierda en Latinoamérica.
El ejemplo ilustra cuan vulnerable es el país al contagio
ideológico, desde afuera (que ya está adentro) y al acoso a sus instituciones democráticas
más importante.
Seguramente Hillary Clinton, de llegar a ser presidenta,
continuará haciendo sostenible la política de la zanahoria para darle
continuidad a un proyecto que sobrevive oculto en el imaginario de los
liberales americanos. Se trata, creo yo, de intentar refundar el país hasta
acomodarlo como un sistema de extensión social que pondría en peligro las
libertades, la propiedad, la prosperidad y el ingenio del pueblo americano.
Todo lo anterior justifica las cinco razones a tomar en
cuenta para que Hillary Clinton no llegue a ser presidenta de los americanos.
Primera razón: debilitaría
el liderazgo global de Estados Unidos como viene sucediendo en la actualidad.
No se trata de imponer a Estados Unidos como policía del
mundo, ni que el mundo dependa de América para resolver los problemas de
ciertas naciones, pero este país debe mostrar su poderío allí donde se vulneran
los derechos humanos o donde se crean alianza que tienen como propósito
destruir a la sociedad estadounidense. Hay que recordar el abominable crimen ocurrido
durante el genocidio de Ruanda donde la administración del presidente Bill Clinton
miró al otro lado y en menos de cien días más de ocho cientos mil personas
fueron masacrados por la barbarie del odio racial. Las víctimas de aquel
conflicto todavía se preguntan ¿y los americanos donde estaban?
Segunda: El efecto
Gramsci cobrará fuerza en el país.
Posiblemente, la inmensa mayoría de los americanos no
sepa quien fue Antonio Gramsci porque en el mundo académico muchos lo ignoran.
Sin embargo, este político italiano es el padre y sostén ideológico de los
cambios que se vienen dando en América Latina. El impacto de su ideario cobra
fuerza en Estados Unidos dentro de los jóvenes, los medios, el sector educativo
y los intelectuales críticos con el sistema aunque algunos desconozcan el móvil
ideológico de sus motivaciones políticas. Gramsci, invita a tomar el poder
político sin violencia. Propone ganar espacio pequeño hasta consolidarlo para
luego moverse a otro y sumarlo al anterior hasta abarcar el espacio geográfico,
político, económico y moral.
Ya el senador independiente Bernie Sanders,
autodenominado socialista, ha roto la barrera del miedo al mencionar esa
palabra en este país. ¿Quién duda que existan en el silencio de la complicidad
otros políticos demócratas que piensen como él?
Tercero: el tamaño
del gobierno crecerá para apologizar la ideología liberal.
Los demócratas se han caracterizado por tener gobiernos
grandes. Esa extensión seguirá en aumento con un presidente demócrata porque
esto le sirve de plataforma para impulsar su doctrina liberal generando un
gasto público incalculable. La izquierda es militante por naturaleza y su
acción política es permanente. El argumento será el mismo de siempre “queremos
cambiar las cosas por el bien de la mayoría pero contamos con la oposición
republicana”. Cuando se identifica como culpable de los fracasos de una
administración democrática a un elemento activo de la oposición, se busca
legitimar la acción de gobierno como correcta para ganar simpatizantes
incondicionales.
Cuarto: se
desencadenará una guerra ideológica contra los republicanos para demostrar que
en Estados Unidos la alternativa de gobierno es demócrata.
Nunca el espectro político americano ha estado tan
polarizado como en estos momentos. Con un presidente demócrata en la Casa
Blanca aumentarán las tensiones y la crispación hacia la oposición republicana.
El propósito es creer, en el imaginario popular de toda la nación, la idea de
que el destino del país debe estar en manos demócratas. Aquí se esconde el
mayor de los peligros ante una indudable maniobra ideológica que presupone
demonizar al contrario para sacar ventajas políticas.
Quinta: la
victimización generará un estado benefactor
La apatía hacia el trabajo es una tendencia creciente
para un sector importante de los americanos. Sin embargo, la manutención
gratuita con bienes y servicios, que genera vagancia e inmovilidad social, son
parte de los programas populistas que los demócratas impulsan.
Ser solidario y
compasivo es ético pero cuando el estado asume la manutención básica de los
ciudadanos sin ningún esfuerzo algo anda mal. Un gobierno demócrata no
corregirá estas políticas inmovilistas, al contrario, impulsará proyectos
sociales que sostienen la ociosidad hasta gravitar a un número mayor de pobres.
Los avisos no siempre se racionalizan en la conciencia de
los pueblos. La vida moderna, con su inmediatez, individualiza toda porque,
generalmente, las personas se enfocan en lo que puede producirle algún
beneficio. Algunos políticos en Estados Unidos están marginando el poder de
convocatoria, y la ruptura con el modelo tradicional, de un número creciente de
ciudadanos inconformes que de boca en boca están imponiendo el mensaje
irracional de la izquierda.
Los próximos años definirán el destino americano. Con los
demócratas gobernando puede ser incierto. Con un presidente republicano América
volverá a levantarse de la ceniza en que sus adversarios internos quieren
convertirla.