El siglo XX estableció varios ismos en el mundo, siendo
el fascismo y el comunismo los peores de todos. El primero como ideología de
clases en Italia y de raza en Alemania, como explica German Díaz, marca la expresión
suprema del odio, la locura y la aberración política. El segundo, también es un
credo de clases, Paul Johnson lo identifica como un calco del primero cuyas pretensiones
son hegemónicas, excluyentes, tabuladoras de la voluntad popular y criminal.
Después aparecen otros ismos fundamentados en los
idearios de algunos personajes con cierto papel en la historia. Sus idearios han
determinado la aparición de millones de fanáticos e incondicionales. El estalinismo,
en la desaparecida Unión Soviética, luego de archivar al leninismo para uso en
la práctica académica e ideológica, encumbró la estupidez del poder absoluto,
el culto a la personalidad, los gulags y el asesinato de millones de
ciudadanos, incluyendo a una parte de la élite comunista y militares
revolucionarios.
El franquismo, en España, daba continuidad a esa
tendenciosa manera de identificar un proceso político con una persona. Sin
embargo, es en América Latina donde los ismos se entronizan en el escenario de
cada país con mayor acentuación. Juan Domingo Perón, en Argentina, esculpió un
poder basado en el populismo más extravagante hasta crear una ideología que parece
no morir nunca en esa nación sudamericana. El peronismo es una fuerza política
con variantes oportunas que se mueven de acuerdo a las fuerzas de los vientos
polares que llegan al territorio argentino y nada se mueve en el escenario
nacional sin la presencia de esos signos ideológicos.
Nicaragua parió al
sandinismo y Daniel Ortega lo hereda con la condición de fundar el orteguismo y
ganar su espacio en la historia política de ese estado centroamericano. Su intención
de perpetuarse en el poder no está muy lejos del sandinismo puro y por ello se
dispone a fundar su propio credo para dirigir los destinos de allí.
El chavismo es el más reciente hartazgo de los ismos
latinoamericanos. Sus bases populistas se sostienen en una arquitectura
intelectual insubstancial, pero con la capacidad de movilizar a los sectores
marginales de Venezuela y a una izquierda que despertó de su letargo romántico
con la revolución cubana para avivar un socialismo para el presente siglo.
Y es el castrismo el efecto de mayor impacto de todas las
corrientes personalistas que han existido desde la segunda mitad del siglo pasado y el inicio del presente. El castrismo es un istmo además (usando la t)
porque despliega su poder en el tiempo, fractura las estructuras sociales,
despersonaliza al hombre y engendra en la mentalidad un credo gravitante hacia
el ideario total de Fidel Castro de forma extensiva y cruel. Es una intromisión
condicionada en la vida del ciudadano hasta convertirlo en una parte útil para las pretensiones administrativas del
dictador.
La presencia del castrismo tiene un efecto sociológico y
de meseta en la persona que persiste más allá del ideario de Castro. Es un
efugio, sin poner en duda su dañina influencia, que limita la capacidad del
cubano cuando, absorbido por la aureola del poder y los mecanismos de vigilancia,
genera un autocontrol involuntario donde las personas dejan de hacer acciones
que nadie les ha prohibido.
El atractivo del castrismo, para los incondicionales
cubanos y los que desde otras naciones admiran al dictador y a su sistema, está
en la consideración de vivir bajo la sombra de un poder protector y humanista.
La ignorancia del pueblo acerca del lado oscuro y perverso del dictador permite
ocultar la verdad sobre las barbaries de Castro. El castrismo sobrevivió con
suerte bajo la confrontación inventada por el comandante contra todos aquellos
que le criticaran y el raulismo (otro ismo) hereda el poder con la comodidad de
ser legitimado por la complicidad de la comunidad internacional.
En Estados Unidos, desde Bill Clinton hasta Barack Obama, se han
intentado acreditar ciertas corrientes personalistas en el ejercicio del poder.
Los clintonianos, apologizan los ocho años de Clinton en el poder y los bushistas
igual período de Bush en la Casa Blanca. Los obamistas, todavía en el poder,
intentan dejar un legado del primer presidente con un cincuenta por ciento de
ascendencia africana quien forzara más su agenda para lograrlo en poco menos de
dos años de mandato. La suerte de los norteamericanos es que cuando miran al
poder lo hacen pensando en períodos de cuatro u ocho años donde los ismos no
tienen espacio. La alternancia política es uno de los atractivos que hacen dinámica
y creíble a la democracia y evitan personalizar a las sociedades modernas.