Los promotores de
Gravity 3D, la cinta cinematográfica del director mexicano Alfonso Cuarón, todavía
no imaginan el impacto de esta película sobre los espectadores cubanos cuando
acuden a las salas de cine de toda Norteamérica. Nada tiene que ver la aparición
breve, pero importante, en el filme de George Clooney, el seductor actor de Hollywood,
quien esta vez se pierde en la infinidad del universo por un intempestivo
accidente lejos de la gravedad terrestre al intentar reparar una avería en la Estación
Espacial Internacional o el protagonismo de Sandra Bullock antes una situación traumática
a cientos de kilómetros sobre la superficie de la tierra. Tampoco son las
espectaculares imágenes de las noches estrelladas, el nacimiento de los días o
la belleza de nuestro planeta en la distancia. Mucho menos son las flotaciones
de los objetos en la ingravidez o el propio complejo espacial orbitando a
veinte y siete mil kilómetros por horas en el vacío cósmico. No es el ingenio
de la tecnología o el talento humano que ha sido capaz de construir una
residencia sideral donde al parecer se habita por consenso.
Lo impactante
para un cubano es que en el minuto trece del filme aparece tranquila, vestida
por las finas transparencias de nuestro lecho marino, alargada y formando parte
del planeta tierra, la isla de Cuba. No se veían sus palmas, pero se
imaginaban. No se escuchaba la música, no se olía el sabor de sus comidas, ni el bullicio constante de sus calles y no
era posible ver a todos los cubanos aunque estaban allí. Fueron breves
segundos, pero se percibe intacta, vacía, como si también gravitara sobre el
azul celeste del mar en sus orillas, parecida a una mujer desnuda sobre un lecho pétreo
para ser amada. Después, la trama no es igual porque se trata de buscar hasta
el final de la película y, desde el cosmos, aquel lugar de donde provenimos.
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