Fidel Castro continúa produciendo algún interés en todo el mundo. Primero, su enfermedad generaba todo tipo de especulación y diagnósticos. Luego, su convalecencia deriva en un extenso tratado con los más variados pronósticos que recuerda un paciente. Después, sus primeras reflexiones se convirtieron en una seguidilla aburrida a las cuales también se les prestaba atención. Su ausencia intencional del escenario de las opiniones suscitaba todo tipo de conjeturas.
Mientras tenga vida él gozará con las especulaciones, siempre y cuando su nombre se mencione y escriba. ¿Por qué? Es propio de un psicópata que en su sufrimiento busca la compensación personal a su malestar en la pesadumbre y los argumentos del otro. Cuando desaparece, está precisando de afecto y de interés mediático. Claro, porque trata de medir el nivel de preocupación que genera su ausencia y los ecos de la misma más allá del archipiélago cubano.
Recientemente los principales periódicos del mundo reaccionaron desesperadamente a un rumor surgido en la red sobre un posible deterioro de su salud. El terreno estaba preparado para una nueva jugada al mejor estilo del viejo dictador. Y así fue. Luego, tan repentino como habitual, Castro vuelve aparecer en las portadas de los medios internacionales, vivito y coleando, en un intercambio con un periodista del oficialismo chavista.
La psicopatía del comandante no solo se destaca por el desorden moral de su conducta, sino por la permanencia alevosa de una vocación sostenible para molestar. Es un signo particular que lo distingue de otros dictadores menos cultivados. Es una costumbre mañosa de quien siempre ha mirado desde arriba y en el espejo se percibe como un ser superior y sin rival.
No comments:
Post a Comment