Alguien dijo que Pablo Milanés es tan buen músico como poeta y es de esos artistas que cuando suben a un escenario solo cantan. Mejor opinión no podría ser para definir a un trovador cuyas canciones pertenecen a la antología del cancionero cubano. Yo conozco a Pablo y le he aplaudido siempre. Sus canciones me acompañan en el exilio, junto a las interpretaciones de Serrat, Sabina, Caetano Veloso, Bob Dylan y otros, en el pequeño club de mis favoritos. Los mencionados son casi todos de izquierda lo cual puede molestar. Sin embargo, la calidad como creadores, lo más importante para el arte, nadie la pone en dudas. En sus obras encuentro el lado hermoso de sus creaciones, sin ver el color de sus ideologías.
El concierto de Pablo en Miami ha generado diferentes opiniones y hasta se han movilizado para estropear su actuación. Admito, como demócrata comprometido con el principio de la responsabilidad cívica, mi respeto por lo diferente y la tolerancia a lo contrario. El ataque a Pablo distrae a los cubanos, como otras tantas veces, de la esencia del problema real. El trovador, aunque haya cantado a Castro y en algún momento admiró hasta sus testículos, hoy es la voz más alta dentro de Cuba que ha denunciado la falta de libertad en la isla. El 11 de abril del 2003 se opuso públicamente al asesinato de tres jóvenes negros que intentaban llegar a Estados Unidos, apoya el derecho de las Damas de Blanco a manifestarse libremente y reconoce como pocos el racismo en el país. Eso tiene un valor justo de ser reconocido.
La única vez que asistí a un concierto de Milanés fue en Las Tunas hace muchos años. El lugar era una plaza muy pequeña llamada “El Anoncillo” donde unos jóvenes fanáticos del artista, intentando llegar a primera fila para apoyar a su estrella, crearon un desorden. La policía intervino golpeándolos salvajemente. Pablo detuvo el concierto y dijo: Hasta que no se vaya la policía no canto y se retiró del escenario. Luego, cuando la gendarmería abandonó el lugar y bajó sus bastones represivos, el creador de Yolanda regresó entre atronadores aplausos. Aquella acción lo engrandeció al ponerse al lado de sus frágiles seguidores.
Con Pablo recuerdo al apóstol de igual nombre, pero de Tarso, que una vez persiguió a los cristianos y luego abrazó la causa de Cristo hasta morir decapitado en defensa de su nueva creencia. También al escritor Saramago, cuando invitaba a los no comunistas a convertirse a esa ideología. Si el trovador se ha convertido en un crítico del régimen cubano, bienvenido sea junto a sus canciones de amor.
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