Tuesday, December 13, 2016

Apuntes sin ordenar sobre el silencio



Ahora mismo, cuando todo vuelve a ser igual, el silencio de siempre se confiere el poder de silenciarlo todo. No hay nada peor que reprimirse el dolor o la alegría. Y en un país de manías efímeras la gente se atasca en el resbaladizo laberinto de la mediocridad y de la espera. No es que la esperanza se haya perdido, sino que pocos se deciden a construirla. Susurran algunos viejitos, otrora defensores de la revolución, que al menos, previo a sus muertes, vieron pasar el cadáver del más importante muerto del siglo que comienza. Los Orishas recibieron, también en sigilo, sus ofrendas de los mismos santeros que escriben la letra de cada año. En sorbos pequeños, y con la voz apagada porque razones tendrían para hacerlo, los defenestrados de Castro bebieron su ron sin formar cantaletas y después, ante el ojo público, se mostraban contritos y con pesar. El último episodio de la revolución aún no está escrito. Nadie puede pronosticar como serán esos capítulos y el que lo sabe bien calladito está. Es que todo pasa por el silencio, síntoma ostensible del miedo, preámbulo de la cobardía y cómplice de la deslealtad. Aquellos que dicen sentir pena por la muerte del tirano, ofreciendo argumentos moralistas para intentar rescatar el talante que mancharon, están acarreando los mismos silencios de ayer. A Martin Luther King lo escupían y sus gritos no se acompañaron de la otra mejilla. Todo lo contrario, espoleaba con su verbo al sistema para sumar a tantos hasta llegar hacer una América mejor. El peor mutismo de estos días provino de unos jovencísimos balseros que buscaban estas orillas de libertad sin percatarse que los responsables de sus escapes estaban a sus espaldas. Si de romper los silencios se trata, hay que hablar, empezando hacer.

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