No intervengo como
juez. Tampoco intento echar leña al fuego y menos polemizar sobre una decisión que
no es mía. Por principio (ético y humano) es correcto que Fariñas terminara la
huelga de hambre y sed que sostuvo por varias semanas. Sin embargo, a una dictadura, cuya naturaleza
es castigar, no se le puede exigir cambios estructurales si su permanencia en
el poder depende de la represión y la vida de un hombre poco importa. Es un disparate
creer otra cosa. A esta altura del
juego, conociendo quienes son los personajes de la telenovela castrista, es pueril
apresurarse a la inmolación. La vida, ese don de la existencia, tiene un valor
y debe cuidarse.
Creo que Guillermo Fariñas
intentaba echar un pulso con el régimen. Y eso es inteligente aunque no está exento
de riesgos. Lo quiso hacer en grande y saltó sobre una verja para la cual no
estaba preparado y se intrincó en un laberinto de palabras. La complicación y
las dudas sobre él se originan cuando declara que dejaría de beber agua, además
de alimento. Aquí, es donde muchos ponen en tela de juicio la franqueza del
opositor.
Si las intenciones
de esa acción cívica era medir las reacciones internas (dígase gobierno) y del
exterior para hacer algún diagnóstico sobre algo en particular debe explicarse
ya. Eso ayuda a superar cualquier descredito y la mofa que acompaña al mismo.
En política los cálculos
exactos no existen. Aprender de los errores es virtud. Hablar claro es una
necesidad apremiante en Cuba, donde la mentira se ha pluralizado tanto hasta hacernos
convivir con ella sin inmutarnos. El silencio, que también es una respuesta
inteligente, no siempre es oportuno. Tal vez Fariñas, nos pueda explicar en su
momento la estrategia (si es que la hubo) La democracia que aspiramos pasa por
los hombres y todos los hombres, como seres humanos, cometemos errores.