El nuevo arzobispo
de La Habana, Juan de la Caridad García, quiere que el socialismo progrese en
Cuba. De no haber visto sus declaraciones jamás lo hubiera creído. Sin embargo,
ahí están grabadas en un tono de complicidad solemne y con la serenidad de quien
sabe lo que dice.
Si el socialismo
progresa en Cuba la extensión de la miseria será mayor y también el control del
régimen sobre los ciudadanos. La impunidad sería el estigma típico del modelo y
la esperanza de libertad se alejarían. Un socialismo consolidado aligera el
suicidio colectivo que viven los cubanos de intramuros, mutila cualquier ilusión
y el odio se ensanchará en las garras depredadoras de la inmoralidad del poder.
José Martí, quien definió
al socialismo como la futura esclavitud, se revolcará en su tumba ante las
inquietantes declaraciones del pastor García y Karol Josef Wojtyla (luego Juan
Pablo II) quien sufrió los rasguños del terror socialista en su Polonia natal,
se avergonzaría por tan desatinados comentarios. No son ya las palabras lo que
importan, sino los hechos. Esta Iglesia está de luna de miel con los tiranos.
¿A dónde quiere
llegar la Iglesia cubana de hoy? Solo ella lo sabe. Sin embargo, su labor
pastoral no parece ser con los pobres, los desposeídos o aquellos que viven en
el nivel miserable de la conciencia sumisa, Tampoco con los que defienden en
las calles del país, arriesgando sus vidas, un cambio en la oportunidad de la
democracia. El pastor García se declara un enemigo real de los opositores
porque su visión del problema no es de forma sino de fondo. Tal antagonismo los
ubica en antípodas enfrentadas donde los primeros jamás podrían contar con el
apoyo de los segundos y viceversas. Se ha caído en un profundo vacío ético, en
una desesperanzada batalla de ideas donde el poder encuentra una alianza sólida
y moral en quienes deberían ubicarse en el lado de los débiles.
Las referencias de
la historia, sin intentar revisionismo alguno, demuestran que esta iglesia es
continuidad de aquella que durante el largo y abominable período de
colonialismo esclavista español se mantuvo en silencio al lado del poder y
alejado del pueblo. Hoy discurre en un acto carente de responsabilidad ética, patriótica
y religiosa. ¿Es acaso ésta la Iglesia que el pueblo de Cuba necesita?
El pastor García
nos quiso decir a todos, en un lenguaje ajeno a cualquier metáfora o parábola bíblica,
con Dios a veces y con el diablo luego. Me hace recordar a Herman Wilhelm Goring, aquel atinado líder fascista alemán y segundón
del Fuhrer, que en un discurso encendido de patriotismo dijo: Yo no tengo
conciencia, mi conciencia es Adolf Hitler. El obispo Juan de la Caridad García parece
decirnos: Yo no tengo conciencia, mi conciencia es el poder
Los cubanos seguimos
solitos en esta lucha mientras casi todos en el mundo miran al lado opuesto de nuestra desgracia. El perdón es posible y Dios jamás perdonaría tal deshonra.
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