Mis opiniones nunca fueron tan apetecidas como esta vez, cuando Cuba y
Estados Unidos deciden establecer relaciones y enterrar un largo pasado de
confrontación política. Confieso que decidí esperar para evaluar los escenarios
inesperados que se sucederían tras el sorprendente anuncio por Barack Obama en
Washington y Raúl Castro en La Habana.
Un análisis objetivo del asunto me lleva a ubicar mis manos en la cabeza y
alejarla del corazón. De situarla en el pecho recordaría las detenciones
arbitrarias e injustas a la que fue sometido, el desalojo del hogar que
habitaba juntos a los niños pequeños, el acoso a la familia, las amenazas de
muerte y el exilio. Recordaría a los prisioneros de largas estadías en las
cárceles de Castro, a los fusilados en juicios sumarios y sin garantías
legales, a los muertos del estrecho de La Florida, el remolcador 13 de marzo y
otros crímenes abominables del régimen cubano.
En política las emociones no cuentan. Eso es verdad. Tal vez, por ello nos
resulta tan difícil a los cubanos embarcarnos en un proyecto razonable y
estratégico donde la serenidad y la inteligencia nos permitan conducirnos en el
laberinto de las ideas con responsabilidad. Sucede, y todos los sabemos, que
reaccionamos, generalmente, con el corazón y las emociones casi siempre
producen lágrimas y éstas cuando brotan, debilitan.
Antecedentes
Estados Unidos y Cuba siempre han conversado y han alcanzado acuerdos en
negociaciones mediante terceros y a través de una diplomacia secreta efectiva y
pragmática para los dos países. Alexander Haig, un americano feo, según un
libro publicado en los ochenta en la isla sobre aquel funcionario, conversó con
Carlos Rafael Rodríguez en México en noviembre de 1981 durante la
administración de Ronald Reagan. El centro de las discusiones era el apoyo de
Cuba a las guerillas en Centroamérica y la participación en los conflictos de
Angola. Anteriormente el secretario de estado Henry Kissinger ideó crear una
“ventana de oportunidad” para Cuba que buscaba normalizar las relaciones con La
Habana para alejarla del efecto soviético. El ex secretario de estado había
penetrado China con la política del ping pong y creía que Cuba mordería el
anzuelo pero olvidaba que Castro se glorificaba como satélite de Moscú.
Clinton también intentó una cercanía y casi estuvo a punto de lograrlo pero
gobernaba Fidel y este paralizó el proceso derribando a los dos los aviones de
Hermanos al Rescate para estancarse en la trinchera de la confrontación de
donde salía casi siempre fortalecido.
¿Dónde estuviera Cuba si aquella ventana de oportunidad de Kissinger y
Nixon se hubiera abierto y los deseos de Clinton por normalizar las relaciones
se concretaran entonces? Nadie lo sabe, pero el país no fuera el mismo.
Trasfondos estratégicos
Hay varias consideraciones estratégicas en el acuerdo entre los dos países
que no se han tomado en cuenta y son valorizadas altamente por Estados Unidos
como parte de su pragmatismo. Una de ellas está directamente ligada al probable
retorno de Rusia como potencia en su interés de convertir de nuevo a Cuba en el
satélite que fue durante la guerra fría. El otro, y casi en la misma dirección,
es alejar el efecto chino de la isla. Muchos en este país aseguran, y
posiblemente tengan razón, que una relación fluida con Cuba les quita a los
“bolos” y los chinos influencia en el Caribe y posiblemente en la región.
Recuérdese que La Habana es el referente moral de la izquierda irracional de
Latinoamérica.
Raúl Castro, queriéndolo o no, ha sumado a Cuba a la lista de países que
condenan a Moscú por su política expansionista en Ucrania. Incluso, la
pretensión de Putin de reabrir la base de espionaje electrónico (Lourdes) en La
Habana, se congelaría porque los Estados Unidos, seguramente, no intentarían
acercarse a la isla si ésta les ofrece a los rusos un servicio de espionaje que
todos sabemos está dirigido contra los americanos.
Júbilo mundial
La noticia del acercamiento entre los gobiernos de Cuba y Estados Unidos ha
creado un entusiasmo en cadena. Europa se regocija con los acuerdos porque
Obama acaba de tenderle una alfombra roja a la posición común de la Unión
Europea hacia Cuba trabada por largos años ante el deterioro en la isla de los
derechos humanos. Los países de la región, sobre todo Brasil, han saludado como
un triunfo suyo el cambio de política hacia La Habana. En el resto del mundo se
perciben iguales reacciones.
En la alegría de los cubanos en la isla se pueden encontrar muchas
lecturas. La primera, para los grupos incondicionalitas, es que la revolución ha
conseguido una victoria que destraba su miseria. Estas personas, imbuidas por
la ignorancia de su propia realidad, sostienen la esperanza que todo a partir
de ahora será mejor. Después, se observan los criterios de aquellos que tienen
niveles críticos y generalizadores de conciencias, que evalúan los acuerdos
como un espaldarazo a un régimen agotado en el tiempo pero piden esperar y que
nadie hable por ellos.
Los opositores, la variante más dinámica de la sociedad por su visión sobre
el futuro, está divida, como en casi todo, y se lamenta que de nuevo el destino
de Cuba se defina desde afuera cuando el problema está adentro.
Abreviando la idea, una mayoría casi absoluta en el mundo apoya el
acercamiento y también en Cuba. Cabe preguntarse, ¿dónde está la razón y
quienes se equivocan?
Grave error ético
Opino que Obama, que para muchos tiene un afán desmedido por pasar a la
historia como un gran presidente, asumió el reto con el entusiasmo del
neurótico. Es aquel acto impulsivo que se ejecuta, puede ser por un hecho
razonable o justificado, pero comportándose de una manera impropia. Y estas son
errores éticos, (posiblemente táctico también) del mandatario norteamericano al
negociar con las autoridades cubanos a espalda de muchos cubanos que siempre le
han apoyado e incluso, algunos pusieron sobre su mesa propuestas que promovían
el acercamiento entre los dos países. Esta vez una potencia impone su voluntad
sobre nuestro país sentándose al lado a la parte que controla el poder en Cuba
y marginando el reclamo de las víctimas de ese régimen. Esa incoherencia moral
del gobernante americano, tomando en cuenta los valores que representa en el
orden democrático su país, nunca se debió cometer.
Los años cuentan para Raúl
En el 2004 me reuní en la ciudad de Miami con John P. Wright, un opulento
hombre de negocio de la Florida, que entraba y salía de Cuba como perro por su
casa. No supe de antemano cuál era el interés de encontrarse conmigo pero en la
reunión me aseguró que tenía un punto de vista interesante sobre los problemas
de Cuba. Me decía que levantar el embargo era lo mejor para Cuba y argumentaba
porque. Me invitó a pensar en los beneficios personales para mi familia en la
isla. Después, casi al final de aquella reunión me dijo: a Castro lo que más le
interesa es lo que pasará con sus hijos después de su muerte, está obsesionado
con eso.
Pudiera ser que Raúl Castro, cuya vejez es ostensible, también piense en la
suerte de los suyos para cuando abandone este mundo. De ser así, es porque ha
querido tener a sus vecinos del norte como garantes de estabilidad para el país
y su familia. Es posible este adagio porque en medio siglo el personalismo ha
imperado en la isla y las ideas de un solo hombre gravitan sobre la voluntad de
la mayoría y deciden las relaciones presentes y futuras de Cuba con otros
gobiernos.
Calculando el alcance de los acuerdos, una ventana de oportunidad se abre,
como quería Kissinger para Cuba y por ella pasarán los que con inteligencia
adecuen sus pasos ante los nuevos eventos que se avecinan.