Wednesday, April 23, 2014

La sombra de García Márquez


Ha muerto Gabriel García Márquez y desde el olimpo de los grandes escritores de la lengua hispana recibirá los elogios que merece su obra. Pero escribir bien, ganar un Nobel y ser admirado por la imaginación con la que esculpió Cien años de soledad o El amor en los tiempos del cólera, no es suficiente para dejar de tomar en cuenta la sombra que le acompaño en su vida.
 
Resulta que el escritor colombiano, como fiel enamorado de lo fantástico e increíble, descubrió en Fidel Castro a un personaje que, como presentía Carlos Alberto Montaner, podía  ser el protagonista de una novela mágica. Pero, que sepamos hasta hoy, nunca se atrevió, aunque posiblemente le pasara por la mente, irrumpir  en los misterios del comandante y en sus aventuras políticas porque la amistad entre el novelista y el dictador se erigió sobre una base de admiración casi patológica. 


Y es verdad que García Márquez contaba anécdotas de Castro con una candidez morbosa, esculpiendo con ella el mito de la invencibilidad del súper hombre. 

Una vez, ante las cámaras le confesaba a Estela Bravo, una documentalista que siempre ha estado de moda en la isla, que Fidel nunca pierde. Lo afirmaba después de pasar varias horas con él en una pesquería en los cayos del sur de Cuba junto a otros amigos entrañables como el desaparecido pintor ecuatoriano Oswaldo Guayasamín. Según el novelista, todos los participantes en aquella juerga marina tuvieron mayor suerte y los peces del trópico escogieron los anzuelos de los invitados antes que los de Fidel. El comandante estaba irritado pero en silencio.  Entonces, para vencer su mala suerte se dispuso a usar el tiempo, una de sus armas para vencer a sus amigos, convertidos en ese momento en adversarios sobre las aguas del Caribe. Los agotaba ofreciéndoles tragos de Havana Club hasta provocarles vahídos y una ansiedad por regresar a La Habana. Sin embargo, Fidel permanecía llevando en su memoria la cantidad de peces que habían logrado sacar del mar sus gorrones. La noche llegó y los dos intelectuales, observaban el empecinamiento de Castro por capturar algunos pescados que se negaban (a saber porque) a pasar cerca de su carnada.

 
Era bien tarde, cuando algunos peces errabundos mordieron  el ofrecimiento homicida del gobernante. Fue entonces, cuando el pintor y el premio Nobel, le escucharon decir: les gané, ahora podemos regresar. Era el momento de salir del mar porque había atrapado mayor cantidad de aquellos animales marinos que sus dos amigos.


Parece una  simple historieta contada sin mayores pretensiones y sin fisgoneo literario. Sin embargo, García Márquez no tuvo necesidad de escribir una novela sobre Castro porque aquella pesquería exteriorizaba el mundo interior del comandante con su entelequia personal y tanta precisión psicopática es imposible convertirla en un libro. 


Ahora, los que repasan la historia (o la escriben) posiblemente vean solo las luces en el escritor, ignorando que toda fanal tiene, a su vez e inevitablemente, un halo de sombra natural y Fidel Castro fue la del Gabo.    


Sunday, April 13, 2014

La postura del ladrillo


Hubo dialogo en Venezuela, se escucha decir en todas partes. Al menos convergieron bajo el mismo techo los líderes de la oposición y el gobierno, se estrecharon las manos, saborearon los mismos aromas del refrigerio y se expresaron lo que llaman verdades hasta más no poder. Había tensión entre ambas partes y detrás de las posturas intransigentes de los chavistas soplaba una ventisca de miedo y de inseguridad. 

 
Los invitados al palacio de Miraflores, no mostraron un discurso de unidad, sino las ganas de hacer una catarsis personal frente a los herederos de Hugo Chávez y purificar su alma en el altar de los sordos. Así pasaron más de seis horas exponiendo cada cual sus razones y criticándose mutuamente sin ceder un ápice de sus antiguas posiciones. 

Recordaba un guajiro cubano que vio las conversaciones y es adicto a la política, la cual interpreta a su manera, y dijo que todos estaban amarraos, cosíos y claveteaos sobre un ladrillo donde nadie los podía mover. Y es verdad, sobre todo el gobierno que insistía, espetándoles en la cara a sus adversarios, que jamás volverían a gobernar en ese país. Las conclusiones de Nicolás Maduro, dos minutos después de usar el derecho a la palabra, fueron para decir: ustedes jamás volverán a este palacio. 


Lo más lamentable de aquella noche fue la figura del líder opositor Enrique Capriles que perdió una oportunidad histórica y de lujo ante su pueblo y la opinión pública internacional. Su aparición recordaba más a un sindicalista que a un político formado para ejercer el poder. Improvisar no siempre es válido, sobre todo cuando no se tienen las herramientas para articular de manera racional el argumento, y Capriles tomó la avenida equivocada al no poner sobre la mesa algo diferente a lo que antes habían dicho sus colegas. Su voz fue menor que el resto de su bancada opositora. Estaba desafiante, incomodo, molesto por la derrota en las elecciones pasadas, en la cual concentró su intervención, y en unos intercambios personales con Maduro, sobre aquel suceso, que parecían chismes de barrio.


En Venezuela y en el mundo esperaban ver en Capriles a un político capaz de ganar adeptos, construir la alternativa viable para la democracia venezolana e impresionar. Sin embargo, prefirió inventar antes que llevar un manifiesto escrito que, al menos para poder entender hacia dónde desea ir, expusiera los males del chavismo y las herramientas con las que cuenta para acomodar el desarreglo que está dejando en ese país la variante socialista de Hugo Chávez. 


Enrique Capriles fue el único en tutear a Maduro, una forma de ningunear, que lo yuxtaponía al mandatario, si bien en la cultura latinoamericana esas cualidad para expresarse, sobre alguien con autoridad, solo es posible si media una relación de afecto o tal. Las formas importan en política y Capriles la olvidó  por culpa de sus asesores y de quienes en la oposición prefieren visualizarse individualmente antes que formar un consenso.


El rifirrafe, el dime que te diré, las ofensas y el descrédito personal de las partes, muestran el nivel de vulgaridad alcanzado en Venezuela después de quince años de gobierno de izquierda. El lenguaje simplista de los defensores del chavismo, su apego al guion y el vacío intelectual lo cobijan con un discurso bravucón y populista, que se sostiene en los tonos altos más que en el contenido. 


Ese terreno lo dominan bien los socialistas radicales cuando tienen el poder. No solo porque sus ataques pueden ser mortales, sino porque disponen de la estrategia para deshonrar y asesinar políticamente a sus adversarios hasta obligarlo al silencio, ponerlos a residir en el exilo o enviarlo a la cárcel. Hablan con inflexiones agudas y asustan cuando lo hacen porque, su arrogancia desmedida y la perversidad de sus ideas, provocan el miedo (ese mal del siglo XX que según Sartre paraliza a los pueblos) y aquella noche ese sentimiento parecía tener un efecto viral en Venezuela, según algunos dialogantes de la oposición. 


La polarización que se advierte en el país sudamericano puede servirle al oficialismo para radicalizarse más y su ventaja es que juega con el tiempo para desgastar al adversario. Si las próximas conversaciones discurren sobre un escenario similar y el caldeo de las calles desliera entonces habrá chavismo para rato. Vivir para ver.