Ha muerto Gabriel García Márquez y desde el olimpo de los grandes escritores de la lengua hispana recibirá los elogios que merece su obra. Pero escribir bien, ganar un Nobel y ser admirado por la imaginación con la que esculpió Cien años de soledad o El amor en los tiempos del cólera, no es suficiente para dejar de tomar en cuenta la sombra que le acompaño en su vida.
Resulta que el
escritor colombiano, como fiel enamorado
de lo fantástico e increíble, descubrió en
Fidel Castro a un personaje que, como presentía Carlos Alberto Montaner, podía ser el protagonista de una novela mágica. Pero,
que sepamos hasta hoy, nunca se atrevió, aunque posiblemente le pasara por la
mente, irrumpir en los misterios del
comandante y en sus aventuras políticas porque la amistad entre el novelista y
el dictador se erigió sobre una base de admiración casi patológica.
Y es verdad que García
Márquez contaba anécdotas de Castro con una candidez morbosa, esculpiendo con
ella el mito de la invencibilidad del súper hombre.
Una vez, ante las cámaras
le confesaba a Estela Bravo, una documentalista que siempre ha estado de moda
en la isla, que Fidel nunca pierde. Lo afirmaba después de pasar varias horas
con él en una pesquería en los cayos del sur de Cuba junto a otros amigos entrañables
como el desaparecido pintor ecuatoriano Oswaldo Guayasamín. Según el novelista,
todos los participantes en aquella juerga marina tuvieron mayor suerte y los
peces del trópico escogieron los anzuelos de los invitados antes que los de Fidel.
El comandante estaba irritado pero en silencio.
Entonces, para vencer su mala suerte se dispuso a usar el tiempo, una de
sus armas para vencer a sus amigos, convertidos en ese momento en adversarios
sobre las aguas del Caribe. Los agotaba ofreciéndoles tragos de Havana Club hasta
provocarles vahídos y una ansiedad por regresar a La Habana. Sin embargo, Fidel
permanecía llevando en su memoria la cantidad de peces que habían logrado sacar
del mar sus gorrones. La noche llegó y los dos intelectuales, observaban el
empecinamiento de Castro por capturar algunos pescados que se negaban (a saber
porque) a pasar cerca de su carnada.
Era bien tarde, cuando
algunos peces errabundos mordieron el
ofrecimiento homicida del gobernante. Fue entonces, cuando el pintor y el
premio Nobel, le escucharon decir: les gané,
ahora podemos regresar. Era el momento de salir del mar porque había atrapado
mayor cantidad de aquellos animales marinos que sus dos amigos.
Parece una simple historieta contada sin mayores pretensiones
y sin fisgoneo literario. Sin embargo, García Márquez no tuvo necesidad de escribir
una novela sobre Castro porque aquella pesquería exteriorizaba el mundo
interior del comandante con su entelequia personal y tanta precisión psicopática
es imposible convertirla en un libro.
Ahora, los que
repasan la historia (o la escriben) posiblemente vean solo las luces en el
escritor, ignorando que toda fanal tiene, a su vez e inevitablemente, un halo
de sombra natural y Fidel Castro fue la del Gabo.