Hace pocos años, tal vez tres o cuatro, que el régimen cubano, bajo la fusta de Raúl, dio el primer paso en la transición. Puede resultar asombroso y no es para menos. Habrá quien considere estas opiniones una locura y encuentre en estas líneas algún estigma de confusión por quien la escribe. Ni una cosa, ni la otra. La realidad es que en Cuba, el hermano menor del comandante, se ha salido del guion dogmático de la revolución y ha comenzado a navegar por las avenidas de la practicidad más evidente.
Primero, se ha negado a seguir manchándose sus manos de sangre con la moratoria a la pena de muerte. Esa suerte trágica de todas las revoluciones de ser implacable con el adversario, llevándolo al más cruel de los castigos, Raúl no lo ha tomado en cuenta. Su linaje de asiático con rostro criminal se distancia del hermano, de apariencia gallega y cara de infeliz, capaz de amordazar hasta la muerte a cualquiera que ponga en riesgo su potestad. Es interesante este capítulo del culebrón castrista porque Fidel mostraba al chino como el verdugo de la película, al que había que aguantarles las manos para no convertir el Almendares en un rio de sangre. Sin embargo, el nuevo regente de la finca, da latigazos selectivos, lanza a las turbas a ladrar y golpea, pero no mata.
De una dictadura totalitaria a una autoritaria-constitucional, Raúl Castro ha llevado el sistema político
cubano. El totalitarismo hoy día, tal como lo reconoce la filosofía política, existe
solo en Corea del Norte. Aquel sistema en nada se parece al modelo cubano,
tampoco al chino, ni al vietnamita. El gobernante cubano gobierna con gran
comodidad porque las pinceladas de reformas contentan a occidente. También le
sirve a Obama, desde la Casa Blanca, a no tomar acciones políticas más allá de
la relajada flexibilidad al embargo y los intercambios culturales. Las acciones
cívicas en Cuba no son masivas y la represión no alcanza los niveles de otros
gobiernos para que obligue a la administración actuar militarmente o de la
misma manera que hacen en otras partes. Los cubanos en el poder tienen bien
claro dónde está la línea roja. Castigan, sin llegar a la barbarie de Kim Jong-un
de matar a un tío junto a su familia.
En Cuba hay cambio,
dicen a grito en la Unión Europea y (allá va eso) revisan la política hacia la
isla esperanzados con que hayan más movidas. Lo mismo se escucha decir en
Washington de boca del propio presidente y suaviza su política con el
acercamiento. ¿Este escenario lo han tomado en cuenta los opositores dentro y
fuera de Cuba? Parece que no porque el método de lucha sigue siendo el mismo.