Nos hemos
acostumbrado a observar la llegada de los disidentes al extranjero con toda
normalidad porque es normal que las personas viajen libremente por el mundo.
Cuando llegan cumplen una agenda de reuniones importantes, entrevistas,
audiencias y diferentes actividades que permiten visibilizar en el exterior la
tragedia de Cuba y los cubanos.
Los primeros
viajeros despertaron una ola de curiosidad periodística y cada una de sus
palabras generaba debates a favor y en contra. Algunos analistas se apresuraron
a decir que la reforma migratoria cubana era una derrota para la dictadura cubana
pero el tiempo ha demostrado que no ha sido así. Primero, cuando los gobiernos
del mundo conciertan la vida de un disidente u opositor en China, Corea del
Norte o Irán con Cuba observaban que las posibilidades de expresión en la isla
son “mejores” en comparación con esos países. Segundo, los disientes cubanos al
poder salir y regresar libremente de la isla se convierten en los mejores
exponentes de los cambios estructurales que Raúl anunció cuando sustituyó a su
hermano en la jefatura del totalitarismo cubano y tercero, el interés por
viajar, según algunos analistas en el tema cubano, está cambiando el escenario
de la acción cívica por el interés de los disidentes en dar a conocer la
realidad de la isla en el exterior. Sin embargo, el esfuerzo por ganar un
espacio público en la isla y darse a conocer dentro del pueblo no parece estar
en el orden del día.
Raúl Castro,
quien gobierna con mayor comodidad que su hermano, sabe que sobre él se dice
cuán pragmático es y parece cierto, porque se ha quitado de encima la mayor
presión que el mundo tenía sobre su dictadura. Las armas del menor de los hermanos Castro se
enfilan hacia el desgaste de los disidentes y lo hace a tal extremo que ha tomado parte de
sus demandas para presentarse ante el pueblo como un reformista profundo que
permite viajar por el mundo incluso a quienes se le oponen.
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