Estaba inspirado,
locuaz y reflexivo. No se cansaba de argumentar la fuerza de aquella iniciativa
y su mirada fija y sincera desnudaba el brillo de su optimismo. Era dominante y
muy agudo. Sabía que el dominio sobre los demás se debe ejercer, con toda
autoridad y sin miedo, cuando se ha otorgado y el mostraba esa suerte de adalid
y de soñador tempranero capaz de buscar el bien para los suyos, es decir para el
pueblo cubano.
Su voz nasal y melódica
era el mejor placebo contra el tedio politiquero del oficialismo cuando Paya
Sardinas hablaba del derecho de los cubanos a todos los derechos o al proponer
hacer, desde el interior de un sistema podrido, corrupto y cruel, la verdadera revolución
en la isla. Es verdad, su lenguaje rayaba los límites de un panegírico religioso
y algunos lo creían demasiado inapropiado en un país donde Dios ha estado tan
lejano y los líderes de la política revolucionaria tan cerca de la gente que permanece
hasta en los altares de algunos babalaos y son adorados como seres divinos. Sin
embargo, aquel discurso de amor de Osvaldo era tan moderno y necesario que
superaba las peroratas de la plaza cívica José Martí.
Paya era un
peligro y él lo sabía. Más de una vez lo escuché denunciar las amenazas de los
servicios secretos cubanos y otras tantas vi su casa manchada por consignas de
odio pintadas por las turbas enardecidas y fanáticas que la dirección política
cubana azuzaba para atemorizarlo y obligarlo a ceder en su pretensiones cívicas
a favor del pueblo. Y por eso murió, en extrañas circunstancias, al otro
lado de la isla que amaba tanto, un día singular del mes de julio a solo noventa
y seis horas de la celebración donde se gestó la violencia como arma de terror
en el país.
No me alcanzan
las palabras para honrar a este hombre
necesario para la transición cubana. Sin embargo, ahora cuando un joven político
español, convertido en chofer durante su viaja a Cuba, asegura que su muerte es
responsabilidad de los servicios secretos, comienza una nueva etapa para sus
familiares y amigos para saber toda la verdad. Y quien importa saber la verdad
en un país donde este atributo de la moral no existe y la mentira, ese mal
engendro del castrismo, se ha
pluralizado hasta convivir con ella con la mayor tranquilidad, como reconociera
el propio Raúl Castro en una ocasión.
Las palabras del oficialismo
se impusieron, desde el primer momento, porque el sueco Jens Aron Modig y el
español Ángel Carromero, vinculados al trágico accidente, son responsables de
que hoy el gobierno cubano se sienta cómodo con la versión difundida, donde adicionan
el testimonio de complicidad de ellos dos como la mejor prueba de inocencia, si
es que en algún momento tiene que dar explicaciones.
En política se
asumen riesgos muy altos y la historia ha demostrado como algunas figuras, como
James Meredith, un icono de la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos,
en medio de un bombardeo constante de ofensas denigrantes, amenazas de muerte y
asedio criminal, supo mantener la firmeza que aquel momento merecía. Y ahí está,
convertido en una referencia moral del luchador cívico que asume los riesgos
con valor. Dicho esto, el sueco y el español, tuvieron miedo, mucho miedo y
ayudaron al gobierno cubano con su cobardía. Seamos sinceros, ellos sabían que
su viaje a Cuba no se parecía en nada a los acostumbrados hacer a otras partes del mundo, por lo tanto debían
estar preparados para mantener en alto su hidalguía ante un evento traumático
como aquel donde perdió la vida Paya sardiñas. Y es que el sueco y el español se
convirtieron en cómplice desde el primer momento, no importa las razones que
aducen (conozco bien al sistema represivo cubano y de lo que son capaces), pero
estos visitantes no eran unos simples turistas, eran políticos de
organizaciones serias en sus países democráticos y debieron actuar como tal y
en realidad fue todo lo contrario.
Pero, demás, lo
importante ahora, para rendirle el homenaje que Osvaldo merece, es retomar sus
banderas cívicas y convocar a la movilización ciudadana en los Caminos
del Pueblo, iniciativa a la que tanto esfuerzo puso antes de morir.
Para mi es tarde,
muy tarde desempolvar los archivos secretos del estado cubanos después que Ángel
Carromero y el señor Modig lo
ayudaron a cerrar.