La pasada visita del Santo Padre Benedicto XVI dejó muchas expectativas en Cuba y el resto del mundo. Sin embargo, un hecho ha pasado inadvertido. El día 27 de marzo el Papa oró en el santuario de la virgen de la caridad, nuestra virgen mambisa, por los negros en la isla. Para los que seguimos los acontecimientos del país resultó conmovedora y a la vez sorpresiva aquella plegaria por los cubanos de piel oscura.
Pero caben varias preguntas. ¿Tiene conciencia la iglesia cubana de los graves problemas que en materia de relaciones raciales existen en Cuba? ¿Informaron al Vaticano de este abominable comportamiento oficial contra los cubanos de ascendencia africana? ¿Tomó por sorpresa a las autoridades en la isla? ¿Se perfila la iglesia nacional a trabajar con los marginales, desfavorecidos y alejados de las pocas oportunidades de un país totalitario como son los negros cubanos?
Las respuestas son obvias. La iglesia vive en Cuba y tiene de alguna manera que captar el sentimiento racista que persiste en la sociedad cubana. No es ciega para dejar de ver que los negros son los que menos se visualizan en el poder político, los que menos accesos a trabajos atractivos tienen, lo que menos remesas reciben, los que peores viviendas tienen y los que pueblan, en su gran mayoría, las cárceles de la isla.
Claro, interpreta cualquiera, la iglesia cubana que informó al Vaticano del grave problema de la discriminación en Cuba, sino al Santo Padre no se le hubiera ocurrido hacer sus oraciones por ellos. En ese sentido, la iglesia ha sido éticamente realista y de alguna manera, con ese paso, comienza a moverse en un terreno donde pocos se atreven hablar en la isla y también genera recelos en algunos sectores del exilio cubano disperso por el mundo.
Para Raúl y el séquito revolucionario pudo ser sorpresiva la alusión al problema racial. Sin embargo, con la excepción de Esteban Lazo y un escolta cercano al máximo gobernante cubano, no se veían a otros negros cerca del Papa, ni de su comitiva oficial. Sigo diciendo que la dirección política de Cuba parece más escandinava que caribena. Revertirlo no es difícil porque cubanos de piel oscura existen en todas partes con talento, inteligencia y capacidad para compartir el liderazgo político y los destinos del país.
Esta oración por los negros cubanos le indica a quienes tenemos la piel oscura en Cuba que su iglesia trabajará para favorecernos de la indefensión y la marginalidad. Ahora, al parecer, comienza un nuevo ciclo de restauración al daño histórico que han sufrido quienes, a pesar de ser cubanos, como todos los demás, han estado en el ultimo escalón de la sociedad cubana desde el nacimiento mismo de la nación.
Friday, March 30, 2012
Friday, March 16, 2012
El Vicario en La Habana
La próxima visita a Cuba del Santo Padre Benedicto XVI, ha devenido en un enorme reto para la iglesia cubana y para el propio gobierno en la isla. La iglesia, cuya misión pastoral es incuestionable, ha tropezado con el rechazo de un sector minoritario de la oposición cubana que interpreta el papel de intermediario de la institución religiosa, como un vehículo que les facilita a las autoridades la permanencia en el poder y el reconocimiento del modelo político.
Para el gobierno, significa una oportunidad para internacionalizar su imagen, mostrar algunos tibios avances en materia de libertades económicas, liberación de presos políticos, eliminación de varias trabas burocráticas, que atentaban contra la libertad de las personas, y para exponer su disposición a colaborar con todos los elementos de reconozcan el derecho a la existencia de un sistema socialista en la mayor de las antillas.
Las miradas de muchos países se vuelven a La Habana con sumo interés. Lo mismo ocurrió con la anterior visita del vicario de Cristo en el Vaticano a Cuba, Juan Pablo II, quien invitó al gobierno a que se abriera al mundo para que este hiciera lo mismo con la isla, pero tal desafío no fue enfrentado con la energía que muchas personas optimistas de todas partes esperaban. La diferencia entre aquella histórica visita y esta, es que Fidel Castro, el padre ideológico del socialismo cubano, no está en el poder y su figura, desgastada por la vejez, no ocupará el centro de atención de este viaje pastoral.
Raúl Castro, de hecho, asume un nuevo e inesperado protagonismo ante una figura mundial que le supera en ilustración, carisma y brillantez. Pero, encontrarse con el menor de los hermanos Castro, será el primer cambio en Cuba que notará el Santo Padre.
Los críticos de este viaje olvidan que en política hay que ser pragmático y si algo positivo trae para Cuba este peregrinar es que por varias horas un espacio libre se abrirá para todos los cubanos y la iglesia del pueblo tendrá la oportunidad de asumir los desafíos de esta gira para beneficio de una nación.
Esperar que la visita traiga la libertad a Cuba no debe ser la principal motivación de quienes piensan así. Ese es un problema que atañe solo al pueblo de la isla y son los cubanos los únicos encargados de construir su espacio libre.
Si la visita deviene en una oportunidad para establecer puentes entre los cubanos de todas las orillas, darle apertura a un proceso de dialogo nacional, como invita el Movimiento Cristiano Liberación, y superar las diferencias que han separado a los cubanos por más de medio siglo, bienvenido sea. Sin embargo, sentarse a esperar que otros asuman la responsabilidad de cambiar lo que es un deber del ciudadano en la isla es un error lamentable de la inteligencia humana.
Las noticias llegadas de Cuba, en torno a este viaje, destacan un hecho sin precedente de los activistas cívicos en la isla. La ocupación de la Basílica Menor de la Iglesia de Nuestra Señora de la Caridad, en Centro Habana, por 13 disidentes perteneciente al Partido republicano de Cuba. Aquí se vierten diferentes criterios. Unos a favor y otros en contra. La verdad es que la iglesia es un espacio sagrado que debe ser respetado y aunque las demandas que se exigen sean legitimas, existen, por las porosidades del propio sistema, vías donde encausarlas. Nadie en Cuba, ni en el extranjero tiene el patrimonio absoluto de la lucha por la construcción de un país democrático. Todas las acciones cívicas son valiosas, si su efecto favorece los objetivos estratégicos de esa lucha, pero cuando los empaña, es mejor orientarse hacia otras metas.
Como un cubano más, doy la bienvenida al Santo Padre a Cuba, me uno al clamor de quienes seguirán en la distancia el recorrido papal por la tierra de la Virgen de la Caridad y como católico, aumento la confianza en mi iglesia, porque es el santuario sagrado donde se profesa la paz y el amor tan necesario para refundar a Cuba.
Para el gobierno, significa una oportunidad para internacionalizar su imagen, mostrar algunos tibios avances en materia de libertades económicas, liberación de presos políticos, eliminación de varias trabas burocráticas, que atentaban contra la libertad de las personas, y para exponer su disposición a colaborar con todos los elementos de reconozcan el derecho a la existencia de un sistema socialista en la mayor de las antillas.
Las miradas de muchos países se vuelven a La Habana con sumo interés. Lo mismo ocurrió con la anterior visita del vicario de Cristo en el Vaticano a Cuba, Juan Pablo II, quien invitó al gobierno a que se abriera al mundo para que este hiciera lo mismo con la isla, pero tal desafío no fue enfrentado con la energía que muchas personas optimistas de todas partes esperaban. La diferencia entre aquella histórica visita y esta, es que Fidel Castro, el padre ideológico del socialismo cubano, no está en el poder y su figura, desgastada por la vejez, no ocupará el centro de atención de este viaje pastoral.
Raúl Castro, de hecho, asume un nuevo e inesperado protagonismo ante una figura mundial que le supera en ilustración, carisma y brillantez. Pero, encontrarse con el menor de los hermanos Castro, será el primer cambio en Cuba que notará el Santo Padre.
Los críticos de este viaje olvidan que en política hay que ser pragmático y si algo positivo trae para Cuba este peregrinar es que por varias horas un espacio libre se abrirá para todos los cubanos y la iglesia del pueblo tendrá la oportunidad de asumir los desafíos de esta gira para beneficio de una nación.
Esperar que la visita traiga la libertad a Cuba no debe ser la principal motivación de quienes piensan así. Ese es un problema que atañe solo al pueblo de la isla y son los cubanos los únicos encargados de construir su espacio libre.
Si la visita deviene en una oportunidad para establecer puentes entre los cubanos de todas las orillas, darle apertura a un proceso de dialogo nacional, como invita el Movimiento Cristiano Liberación, y superar las diferencias que han separado a los cubanos por más de medio siglo, bienvenido sea. Sin embargo, sentarse a esperar que otros asuman la responsabilidad de cambiar lo que es un deber del ciudadano en la isla es un error lamentable de la inteligencia humana.
Las noticias llegadas de Cuba, en torno a este viaje, destacan un hecho sin precedente de los activistas cívicos en la isla. La ocupación de la Basílica Menor de la Iglesia de Nuestra Señora de la Caridad, en Centro Habana, por 13 disidentes perteneciente al Partido republicano de Cuba. Aquí se vierten diferentes criterios. Unos a favor y otros en contra. La verdad es que la iglesia es un espacio sagrado que debe ser respetado y aunque las demandas que se exigen sean legitimas, existen, por las porosidades del propio sistema, vías donde encausarlas. Nadie en Cuba, ni en el extranjero tiene el patrimonio absoluto de la lucha por la construcción de un país democrático. Todas las acciones cívicas son valiosas, si su efecto favorece los objetivos estratégicos de esa lucha, pero cuando los empaña, es mejor orientarse hacia otras metas.
Como un cubano más, doy la bienvenida al Santo Padre a Cuba, me uno al clamor de quienes seguirán en la distancia el recorrido papal por la tierra de la Virgen de la Caridad y como católico, aumento la confianza en mi iglesia, porque es el santuario sagrado donde se profesa la paz y el amor tan necesario para refundar a Cuba.
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