Existe una creencia, demasiado extendida entre los mismos cubanos que asegura, de manera equivocada, nuestro carácter irreconciliable. Es un mito gravitacional y seductor que agrada al régimen de La Habana. Algunos opositores, de aquí y de allá, son los primeros en convertirse en vocero de tal desgracia. Sucede a menudo, sobre todo cuando las opiniones y propuestas de ciertos grupos chocan con una enorme pared y destellan variadas reacciones que alejan el consenso político entre las partes. El hecho no queda en el encontronazo de las agrupaciones, sino que invade el ámbito personal, generando un rechazo total a quien revela su punto de vista. Esta realidad ha marcado la historia política del último medio siglo en Cuba y el exilio.
Más de una vez, ha sido imposible de reunir bajo el mismo techo a diferentes personalidades de la resistencia contra el totalitarismo cubano, a pesar de que están unidos en la intención de llevar la democracia a la Isla. Los argumentos para alejarse de la misma sombra son los lugares ideológicos donde se ubican las personas. Y es una pena.
Recientemente, en un escenario insular cerca de Miami, el ingeniero Eduardo Pérez Bengochea, como anfitrión reunió, para visualizar el potencial de las diferentes fuerzas políticas contra la intolerancia del castrismo, a un grupo de cubanos de variadas posiciones ideológicas. El efugio era un merecido homenaje al pueblo y gobierno de la Republica Checa por la solidaridad permanente con la democracia en Cuba. Allí, alternaron los agradecimientos al canciller checo, Karel Schwarzenberg, los líderes de todas las tendencias del exilio cubano, que sin darse cuenta, abrazaban la misma causa contra el régimen comunista establecido en Cuba durante 52 años. La ceremonia, sencilla y bien cubana, desnudaba el alma de los asistentes, porque Cuba estaba primero y cada uno de ellos la enaltecía.
Aquella velada deja grabada en la memoria de los asistentes las palabras del ingeniero Pérez Bengochea, cuando en algún momento de su discurso expresaba en nombre de todos los asistentes, sin que haya existido refutación con las mismas que: “agradecemos al pueblo checo esa visión moderna del compromiso ético en la política internacional por la defensa de los derechos humanos en Cuba”. Parece que, al fin, se encuentran las avenidas donde se puede percibir y tolerar el aliento de las diferencias entre cubanos, porque: “si somos capaces de reunirnos para agradecer, también debemos unirnos para hacer”, como dijo el anfitrión.
Tuesday, September 27, 2011
Friday, September 9, 2011
Castro en el espejo
Fidel Castro continúa produciendo algún interés en todo el mundo. Primero, su enfermedad generaba todo tipo de especulación y diagnósticos. Luego, su convalecencia deriva en un extenso tratado con los más variados pronósticos que recuerda un paciente. Después, sus primeras reflexiones se convirtieron en una seguidilla aburrida a las cuales también se les prestaba atención. Su ausencia intencional del escenario de las opiniones suscitaba todo tipo de conjeturas.
Mientras tenga vida él gozará con las especulaciones, siempre y cuando su nombre se mencione y escriba. ¿Por qué? Es propio de un psicópata que en su sufrimiento busca la compensación personal a su malestar en la pesadumbre y los argumentos del otro. Cuando desaparece, está precisando de afecto y de interés mediático. Claro, porque trata de medir el nivel de preocupación que genera su ausencia y los ecos de la misma más allá del archipiélago cubano.
Recientemente los principales periódicos del mundo reaccionaron desesperadamente a un rumor surgido en la red sobre un posible deterioro de su salud. El terreno estaba preparado para una nueva jugada al mejor estilo del viejo dictador. Y así fue. Luego, tan repentino como habitual, Castro vuelve aparecer en las portadas de los medios internacionales, vivito y coleando, en un intercambio con un periodista del oficialismo chavista.
La psicopatía del comandante no solo se destaca por el desorden moral de su conducta, sino por la permanencia alevosa de una vocación sostenible para molestar. Es un signo particular que lo distingue de otros dictadores menos cultivados. Es una costumbre mañosa de quien siempre ha mirado desde arriba y en el espejo se percibe como un ser superior y sin rival.
Mientras tenga vida él gozará con las especulaciones, siempre y cuando su nombre se mencione y escriba. ¿Por qué? Es propio de un psicópata que en su sufrimiento busca la compensación personal a su malestar en la pesadumbre y los argumentos del otro. Cuando desaparece, está precisando de afecto y de interés mediático. Claro, porque trata de medir el nivel de preocupación que genera su ausencia y los ecos de la misma más allá del archipiélago cubano.
Recientemente los principales periódicos del mundo reaccionaron desesperadamente a un rumor surgido en la red sobre un posible deterioro de su salud. El terreno estaba preparado para una nueva jugada al mejor estilo del viejo dictador. Y así fue. Luego, tan repentino como habitual, Castro vuelve aparecer en las portadas de los medios internacionales, vivito y coleando, en un intercambio con un periodista del oficialismo chavista.
La psicopatía del comandante no solo se destaca por el desorden moral de su conducta, sino por la permanencia alevosa de una vocación sostenible para molestar. Es un signo particular que lo distingue de otros dictadores menos cultivados. Es una costumbre mañosa de quien siempre ha mirado desde arriba y en el espejo se percibe como un ser superior y sin rival.
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