Las elecciones de noviembre, para ocupar posiciones legislativas en el congreso y el senado de los Estados Unidos, posiblemente varíen la balanza en una de las dos cámaras. Los demócratas, con mayoría en ambos lados, se esfuerzan por mantener el margen de ventaja que han gozado en los últimos años. Si ocurre algún cambio, el presidente Barack Obama gobernará sin mayoría absoluta y su programa de gobierno sufrirá un fuerte golpe.
Las campañas para alcanzar una bancada en el congreso y el senado tienen de todo. Como casi siempre, los ataques personales rozan los límites de la indecencia. Las acusaciones, entre contrincantes, parecen estar motivadas por un odio enfermizo entre las partes. Ese comportamiento desnuda a un país cada vez más crispado por la polarización, que ha dejado un prologando conflicto por motivos de ideas, que comenzó en las pasadas elecciones presidenciales.
Las acusaciones de los republicanos a los demócratas y de estos últimos a los primeros consiste un una manía repetida durante los ultimas campañas, donde los candidatos, al probar fuerzas, acuden al aspecto ideológico como el arma salvadora.
La política de extensión social de los demócratas es asumida por sus contrincantes republicanos como una avenida abierta a las ideas socialistas en Estados Unidos. La validación de los valores originales del país, tema donde descansa parte del argumento republicano, se interpreta como un conservadurismo a ultranza y desmedido por su rival.
Dos ejemplos pueden indicar hasta donde llegan los partidos y algunos aspirantes en el afán de alcanzar un espacio en el mundo político de Washington. Descalificaciones, insultos, pase de revista a la conducta pasada de los candidatos, acusaciones de todos tipos y golpes bajos, son parte de una estrategia desgastada en el intento de sacar provecho en las urnas.
El primero, es la candidata por el partido republicano al senado de la nación por el estado de Delaware, Cristine O'Donnell, quien con la ingenuidad de una infanta ha provocado un enorme revuelo político entre los estadounidenses por afirmar hace más de diez años: “Coqueteé con la brujería. Me junté con gente que hacía esas cosas. No me lo estoy inventando”
Para los cubanos puede parecer un argumento ridículo e infeliz porque Cuba es un país católico donde la inmensa mayoría se hace un despojo y consulta a los Orishas. Sin embargo, en Estados Unidos acudir el oscurantismo es un pecado mayor ante la cristiandad y la fe religiosa que se profesa aquí.
Olvidan los críticos que la buena gestión de un político es cuando alcanza a servir al electorado independientemente del credo, orientación política, raza o género.
El segundo caso es el aspirante demócrata por el distrito 25 en Miami, Joe García, que en noviembre discutirá frente a David Rivera, su rival republicano, la vacante dejada por Linconl Diaz Balart en el congreso de la nación. A García lo tildan de socialistas por tener una visión diferente en relación al tema cubano. Y aunque muchos residentes en Miami coinciden con su postura no lo expresan por miedo a la critica descarnada de una parte del exilio, que con todo derecho, proclama conservar la intransigencia frente al régimen de los Castro.
Las acusaciones de este tipo, ademas de malintencionadas, perjudican la dinámica de la verdadera democracia donde el equilibrio y la alternancia en el poder, no solo diversifica, sino que enriquece la solidez de un país democrático como Estados Unidos.
Asombra la forma de etiquetar a las personas por sostener ciertas posiciones polémicas. Ocurre, generalmente, que al poner esos “labels” los detractores, de todos los lados, ignoran cuan lejos está O'Donnell de ser hechicera y el señor García de ser un socialista.
Wednesday, September 22, 2010
Saturday, September 4, 2010
Ellos no desean eso (They don’t want it)
En Estados Unidos se ha intentado iniciar un tránsito silencioso hacia lo nuevo. Aun resuena el eslogan “Yes We Can” que Barack Obama propuso en su campaña y sus ecos, convertidos en estimulo para los demócratas, comenzaron a tropezar con el día a día del estadounidense.
Lo nuevo no ha llegado y el ”si podemos” ha dejado de ser una consigna unitaria para convertirse en una frase opaca, esculpida, en este momento, con los improperios del votante frustrado.
Era de esperar. Los pueblos cuando se dejan arrastrar por las aureolas fluidas del carisma, se convierten en una torpe muchedumbre embriagada.
El jubilo irreflexivo de los mítines, el acento certero de un orador elocuente, la necesidad de cambiar la imagen del país ante el mundo, para borrar un pasado reciente, movilizaron el entusiasmo en las urnas. Había que cambiar la historia con la elección de un afroamericano para la Casa Blanca para apuntalar, así lo han creído, al país sobre sus cimientos originales.
Ahora, con la pérdida de confianza en Washington, la economía estancada, la falta de un liderazgo visible y el país dividido, los que viven en este país comienzan a preguntarse porque nada ha cambiado y hacia donde van.
Hay miedo en Estados Unidos. Es un miedo cerval y silente. Es una inseguridad en el rumbo que toma la nación y el espacio que cede por día. Hay quienes han comenzado hablar bajito y a los que gritan les llaman locos.
En una ciudad del sur el eslogan del comunismo se apoderó de las paredes de un centro comercial por varios meses y fue borrado por casualidad. Es evidente, pocos conocen a la hoz y al martillo. De Marx no tienen una remota idea y la esfinge de Che Guevara adorna los despachos de algunos funcionarios.
Varias universidades están de fiesta y los gramscianos duermen felices porque realmente piensan que Estados Unidos puede ir cambiando a su favor.
Lo triste es que pocos lo observan. La ingenuidad y la miopía son las dos peores enfermedades que padecen los estadounidenses. Mañana puede ser tarde, porque se resisten a creer en el posible mal que se les viene encima.
Lo nuevo no ha llegado y el ”si podemos” ha dejado de ser una consigna unitaria para convertirse en una frase opaca, esculpida, en este momento, con los improperios del votante frustrado.
Era de esperar. Los pueblos cuando se dejan arrastrar por las aureolas fluidas del carisma, se convierten en una torpe muchedumbre embriagada.
El jubilo irreflexivo de los mítines, el acento certero de un orador elocuente, la necesidad de cambiar la imagen del país ante el mundo, para borrar un pasado reciente, movilizaron el entusiasmo en las urnas. Había que cambiar la historia con la elección de un afroamericano para la Casa Blanca para apuntalar, así lo han creído, al país sobre sus cimientos originales.
Ahora, con la pérdida de confianza en Washington, la economía estancada, la falta de un liderazgo visible y el país dividido, los que viven en este país comienzan a preguntarse porque nada ha cambiado y hacia donde van.
Hay miedo en Estados Unidos. Es un miedo cerval y silente. Es una inseguridad en el rumbo que toma la nación y el espacio que cede por día. Hay quienes han comenzado hablar bajito y a los que gritan les llaman locos.
En una ciudad del sur el eslogan del comunismo se apoderó de las paredes de un centro comercial por varios meses y fue borrado por casualidad. Es evidente, pocos conocen a la hoz y al martillo. De Marx no tienen una remota idea y la esfinge de Che Guevara adorna los despachos de algunos funcionarios.
Varias universidades están de fiesta y los gramscianos duermen felices porque realmente piensan que Estados Unidos puede ir cambiando a su favor.
Lo triste es que pocos lo observan. La ingenuidad y la miopía son las dos peores enfermedades que padecen los estadounidenses. Mañana puede ser tarde, porque se resisten a creer en el posible mal que se les viene encima.
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