Un catedrático cubano de la Universidad de Miami me confesó hace unos días su pesimismo sobre Cuba. Basaba sus argumentos en tres aspectos muy bien fundados.
El primero se refiere a la prolongación del castrismo como doctrina política en la mentalidad de los cubanos y la apatía generalizada entre los ciudadanos que residen allí. En la segunda hablaba del cansancio de muchos en ambas orillas y en la última argumentaba del papel burlesco de todos los gobierno estadounidense desde 1959 hay hoy.
Considera el académico al castrismo como una efervescente analogía con el sectarismo religioso, cuyo fundamentalismo se inspira en la vigencia de Fidel Castro en la vida del cubano, donde estos veneran al líder por ciertos atributos que desde su imaginario han alcanzado gracias a él.
El cansancio, según opina el profesor, proviene a aquellos cubanos que han visto pasar el tiempo y muchos han comenzado a dejar este mundo sin que nada cambie en Cuba. Esa forma de deponer las armas, le permite al régimen consolidar las posiciones con Raúl Castro en el Palacio de Revolución, quien percibe la debilidad de sus adversarios y aprovecha las fisuras internas en los disidentes y opositores, de todos los lados, para apuntalar el continuismo. Preparar al clan familiar para los desafíos asociados a la desaparición de los líderes históricos, es una misión a la que el menor de los Castro dedica apasionadamente su tiempo. Ya han comenzado a familiarizarse con el entorno del poder y se sienten tan cómodos con el tío y el papá
También considera un agotamiento gradual e irreversible en las fuerzas democráticas dentro de la isla, porque los más conocidos disidentes sobreviven bajo techo haciendo declaraciones y denuncia, y a la misma vez, se van posicionando de cierta complacencia donde el régimen ni ellos advierten peligros de supervivencia.
La intolerancia del régimen también salpica a los viejos disidentes que se oponen a todas las iniciativas nuevas. Se sabe que más de una vez han criticado las acciones cívicas de Antunez en las calles del país, arremeten contra la FLAMUR por su campaña con La Misma Moneda y llaman loco a Biscet.
Sobre el papel de Estados Unidos, el profesor se suma a las voces que llevan años indicando un cambio de estrategia para convertir la solución en un tema exclusivamente cubano, con la ayuda del mundo. Si la ecuación Cuba-USA se sigue tomando en cuenta, los gobernantes de la isla se acomodaran a esos eventos que siempre le han favorecido.
Estoy de acuerdo en los tres aspectos y añadiría tan solo una pequeña cosa. Mientras los cubanos no nos demos cuenta que la solución pasa por un consenso entre todos (gobierno, oposición y exilio), sin intromisión de ajenos, estaremos en este lado del mundo haciendo las mismas cosas hasta que el cansancio y la muerte se ocupe de hacer su parte.
Analizar la realidad cubana con crudeza no indica pesimismo alguno. Hay que encontrar nuevas variables para poder ponderar al ciudadano en la isla que es, en definitiva el verdadero agente de cambio.
Thursday, February 18, 2010
Thursday, February 11, 2010
Los intelectuales de atuendos y argollas
“Los intelectuales no llevan corbata”, me dijo hace cuatro años un profesor de la Universidad Eau Claire en el estado de Wisconsin. Yo le respondí “eso piensan los sindicalistas, también los enemigos de la elegancia”. Claro, era una insinuación infeliz para que me despojara de la prenda que horas antes me había regalado mi gran amigo, el Dr. Vidaillet.
Ciertamente, en las tres conferencias que impartí yo era una nota discordante. Los alumnos vestían cómodos vaqueros, calzados ligeros y puloveres alegóricos a sus intereses más cercanos. Los profesores combinaban chaqueta con pantalones de diferentes colores y solo mi anfitrión llevaba corbata. No sentí desagrado por aquello, tampoco me preocupó que para algunos no fuera un intelectual.
Pensándolo bien, los códigos tienen sus significados y por eso existen. No me extraña entonces el uniforme de los revolucionarios guevaristas haciéndose notar entre las multitudes de impacientes piqueteros rompiendo las vidrieras de MacDonald en Buenos Aires. Tampoco los pañuelos rojos y negros cubriendo los rostros de jóvenes conjurados frente a los eventos donde asisten los líderes mundiales. Aun me extraña menos, ver a muchos profesores parados en el estrado de un aula hablando de democracia o economía con un atuendo progresista para ser apodado intelectual.
Lo que me inquieta es el silencio de aquellos que temen ser criticados por eso y dejan colgadas en los armarios sus corbatas para irse a las tribunas del mundo con el parche de erudito. Este credo es común y hasta necesario para los que vician la informalidad del hombre de ciencia. Si. Lo justifica el hecho, el simple hecho, de una creencia muy vieja donde los hombres de sabidurías se preocupan por todo menos por ellos. Existen muchos ejemplos. En algunos, se da el caso, que llegan hasta perder el sentido de la distinción personal por medir cuanto ven y tocan (ciencia es medición) y luego dejarse calcular los silos de intelectualidad.
Debo volver a un punto desde donde varias veces me ven obligado a partir. El progresismo es gramsciano y los gramscianos hablan hasta más no poder del intelectual orgánico y comprometido con los grandes problemas sociales, cuya visión crítica de la sociedad es una responsabilidad moral. Para tener credibilidad como liberal hay que ser muy pudoroso y tener recato. Solo así se puede impactar a muchas personas en este mundo.
En Europa, esos gravámenes tienen ciertos moldes que se repiten de un país a otro. En América Latina también. En los Estados Unidos cambian de acuerdo al perfil de las universidades y la orientación ideológica del profesor.
La ideología y el puritanismo conservador de los intelectuales de derecha tienen en Mario Vargas Llosa un ejemplo de elegancia y madurez. Su antípoda, el uruguayo Galiano, se deja cobijar por los estigmas progresistas del momento. No deja de ser importante, aunque parezca superficial, los hábitos del vestir de una manera u otra.
Sucede, como tendencia general, que la moda se repite cada cierto tiempo pero permanece casi intacta en los intelectuales.
El cineasta cubano Alfredo Guevara, apega a su oportunismo militante, una forma de vestir particular para distinguirse entre sus homólogos. Lo mismo sucedía con aquel poeta que hablaba de cosas gloriosas dentro de la revolución cubana y solo encontraba espacio en su cuerpo para usar guayabera.
Los tiempos hablan por si solo y los letrados lo saben. Tal vez, por eso algunos intelectuales esgrimen impresionar al aprendiz por el atuendo y las argollas.
Ciertamente, en las tres conferencias que impartí yo era una nota discordante. Los alumnos vestían cómodos vaqueros, calzados ligeros y puloveres alegóricos a sus intereses más cercanos. Los profesores combinaban chaqueta con pantalones de diferentes colores y solo mi anfitrión llevaba corbata. No sentí desagrado por aquello, tampoco me preocupó que para algunos no fuera un intelectual.
Pensándolo bien, los códigos tienen sus significados y por eso existen. No me extraña entonces el uniforme de los revolucionarios guevaristas haciéndose notar entre las multitudes de impacientes piqueteros rompiendo las vidrieras de MacDonald en Buenos Aires. Tampoco los pañuelos rojos y negros cubriendo los rostros de jóvenes conjurados frente a los eventos donde asisten los líderes mundiales. Aun me extraña menos, ver a muchos profesores parados en el estrado de un aula hablando de democracia o economía con un atuendo progresista para ser apodado intelectual.
Lo que me inquieta es el silencio de aquellos que temen ser criticados por eso y dejan colgadas en los armarios sus corbatas para irse a las tribunas del mundo con el parche de erudito. Este credo es común y hasta necesario para los que vician la informalidad del hombre de ciencia. Si. Lo justifica el hecho, el simple hecho, de una creencia muy vieja donde los hombres de sabidurías se preocupan por todo menos por ellos. Existen muchos ejemplos. En algunos, se da el caso, que llegan hasta perder el sentido de la distinción personal por medir cuanto ven y tocan (ciencia es medición) y luego dejarse calcular los silos de intelectualidad.
Debo volver a un punto desde donde varias veces me ven obligado a partir. El progresismo es gramsciano y los gramscianos hablan hasta más no poder del intelectual orgánico y comprometido con los grandes problemas sociales, cuya visión crítica de la sociedad es una responsabilidad moral. Para tener credibilidad como liberal hay que ser muy pudoroso y tener recato. Solo así se puede impactar a muchas personas en este mundo.
En Europa, esos gravámenes tienen ciertos moldes que se repiten de un país a otro. En América Latina también. En los Estados Unidos cambian de acuerdo al perfil de las universidades y la orientación ideológica del profesor.
La ideología y el puritanismo conservador de los intelectuales de derecha tienen en Mario Vargas Llosa un ejemplo de elegancia y madurez. Su antípoda, el uruguayo Galiano, se deja cobijar por los estigmas progresistas del momento. No deja de ser importante, aunque parezca superficial, los hábitos del vestir de una manera u otra.
Sucede, como tendencia general, que la moda se repite cada cierto tiempo pero permanece casi intacta en los intelectuales.
El cineasta cubano Alfredo Guevara, apega a su oportunismo militante, una forma de vestir particular para distinguirse entre sus homólogos. Lo mismo sucedía con aquel poeta que hablaba de cosas gloriosas dentro de la revolución cubana y solo encontraba espacio en su cuerpo para usar guayabera.
Los tiempos hablan por si solo y los letrados lo saben. Tal vez, por eso algunos intelectuales esgrimen impresionar al aprendiz por el atuendo y las argollas.
Friday, February 5, 2010
Ahora y el tiempo
Ha pasado enero y el 2010 corre a una velocidad fugaz e inalcansable. El hombre divide el tiempo a su antojo. Sin embargo, es incapaz de deternerlo. Por regla general, existe una tendencia humana a planificar todo mirando hacia el futuro y tomando como referencia el pasado. Es muy inteligente. Por eso creo en el poeta cuando dijo:… “del árbol la parte que mira al cielo”, la más alta de las ramas representan la mañana.
Percibimos el tiempo los cubanos de la misma manera que un estadounidense? Esta pregunta me la acabo de hacer. Justamente cuando conversaba con un joven nacido en Mississippi que tenía la obligación de limpiar la casa de su mamá, hacer unas gestiones para ingresar en una Universidad, donde espera terminar su master, cumplir con las responsabilidades de padre, esposo y tal. Mientras limpiaba sostenía una amena conversación conmigo, atento al reloj, velaba por la calidad de lo que hacía y prestaba atención a cada una de mis palabras.
Lo hizo todo muy rápido y bien. Se lavó las manos y fue directo a la computadora. Mientras trabajaba, llamó a algunas personas por teléfono y a la vez, rechazó otras tantas llamadas. Cuando no deseaba hablar con alguien, decía: “I’m busy, I’ll call you later” (estoy ocupado, te llamo luego). No le hablé más. Mi tiempo era diferente al suyo, no tengo la misma presión. Me senté en la computadora, chateé con un amigo en España y también (lo cual hago con el mayor gusto todos los días) escribí mensajes de amor a una mujer.
En Estados Unidos todos aprenden a tener una noción muy estricta del tiempo porque muchas cosas se miden a partir de él, sobre todo las distancias y la experiencia. No es una simple exigencia, ni un orden establecido para alcanzar el éxito, es una forma de responder al tiempo real por la premura con que éste pasa por la vida de todos. Yo lo entendí hace muy poco, aunque la Biblia asegura que “todo tiene un tiempo bajo el sol”, me percaté que usarlo bien es una inversión importante.
Regy, un amigo estadounidense que vive en Hernando, una ciudad pequeña muy cerca de aquí, me envió un mensaje con algunas sugerencias para el año en curso. Las leí varias veces y casi todas tienen implícito el uso del tiempo. Le respondí dándole las gracias. También me hice la promesa de administrar bien el mío. Algunos de mis planes, en fin de cuenta y con vista al futuro, casi seguro que voy a cambiarlos porque no tengo tiempo que perder.
El viejo slogan gringo “Time is money” (el tiempo es dinero) es una realidad tangible porque si uno no gasta tiempo en algo útil jamás tendrá dinero. Sin embargo, gastando tiempo solo por el cash un día descubrimos que la vida pasó por nosotros sin dejar huellas de felicidad.
Jackson, Mississippi.
Percibimos el tiempo los cubanos de la misma manera que un estadounidense? Esta pregunta me la acabo de hacer. Justamente cuando conversaba con un joven nacido en Mississippi que tenía la obligación de limpiar la casa de su mamá, hacer unas gestiones para ingresar en una Universidad, donde espera terminar su master, cumplir con las responsabilidades de padre, esposo y tal. Mientras limpiaba sostenía una amena conversación conmigo, atento al reloj, velaba por la calidad de lo que hacía y prestaba atención a cada una de mis palabras.
Lo hizo todo muy rápido y bien. Se lavó las manos y fue directo a la computadora. Mientras trabajaba, llamó a algunas personas por teléfono y a la vez, rechazó otras tantas llamadas. Cuando no deseaba hablar con alguien, decía: “I’m busy, I’ll call you later” (estoy ocupado, te llamo luego). No le hablé más. Mi tiempo era diferente al suyo, no tengo la misma presión. Me senté en la computadora, chateé con un amigo en España y también (lo cual hago con el mayor gusto todos los días) escribí mensajes de amor a una mujer.
En Estados Unidos todos aprenden a tener una noción muy estricta del tiempo porque muchas cosas se miden a partir de él, sobre todo las distancias y la experiencia. No es una simple exigencia, ni un orden establecido para alcanzar el éxito, es una forma de responder al tiempo real por la premura con que éste pasa por la vida de todos. Yo lo entendí hace muy poco, aunque la Biblia asegura que “todo tiene un tiempo bajo el sol”, me percaté que usarlo bien es una inversión importante.
Regy, un amigo estadounidense que vive en Hernando, una ciudad pequeña muy cerca de aquí, me envió un mensaje con algunas sugerencias para el año en curso. Las leí varias veces y casi todas tienen implícito el uso del tiempo. Le respondí dándole las gracias. También me hice la promesa de administrar bien el mío. Algunos de mis planes, en fin de cuenta y con vista al futuro, casi seguro que voy a cambiarlos porque no tengo tiempo que perder.
El viejo slogan gringo “Time is money” (el tiempo es dinero) es una realidad tangible porque si uno no gasta tiempo en algo útil jamás tendrá dinero. Sin embargo, gastando tiempo solo por el cash un día descubrimos que la vida pasó por nosotros sin dejar huellas de felicidad.
Jackson, Mississippi.
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