I
La cháchara de Elián.
El padre de la neuropsicología, Alexander Luria, afirmaba
que “el lenguaje (palabra) era el más interno de los actos humanos”. Con sobrada
razón, el científico ruso expresaba que hablar implica un acto superior que
permite medir el mundo interior de las personas, su inteligencia, la
profundidad de su cultura o la ignorancia, sus motivaciones, deseos, las
necesidades (móvil de la conducta humana), las frustraciones, dolencias y un sinfín
de sucesos asociado a la naturaleza oculta de cada individuo.
Escuchar a Elián González en sus recientes declaraciones,
a través de un video grabado en La
Habana, invita a remitirse al doctor Luria. El discurso del balserito es tan difícil
de estructurar, a pesar de la facilidad del tema en cuestión, que impresiona
poseer un analfabetismo mayor. Es redundando, lo cual no le permite sintetizar
las ideas y menos coordinarlas adecuadamente. Sin embargo, no se muestra
nervioso, lo cual pudiera justificar su devaneo, e insiste en alcanzar el punto
esencial de su oratoria con mucho trabajo y perturbación.
Este apunte no intenta deshonrar al cadete Elián ni mucho
menos. Solo trata de advertir un defecto psicológico visible en la personalidad
de este joven que está formándose con rigor para que lidere, no solo su vida,
sino las de otros compatriotas suyos. Y es extraño que sus mentores revolucionarios
no se percaten de esa incapacidad expresiva porque cada vez que el muchacho
abre la boca da pena, no por lo que dice, sino como lo dice.
II
Repudiar a una dama.
La algarabía en
las redes sociales, acerca del rechazo mayoritario que hacen las Damas de
Blanco a una de sus integrantes, ha obligado a que esa valiosa formación cívica
pierda un tanto de credibilidad. ¡Que lastima!
El hombre es el
conjunto de las relaciones sociales, repetíamos en las clases de
marxismo para explicar cómo se expande el contagio de ciertos fenómenos en la
sociedad donde intervienen los hombres. La revolución cubana es un criadero de
obscenidad y ese mal atrapa hasta las mentes más brillantes que existen en el
ruedo de sus influencias. Gusteve Le Bon, explicaba como una aureola
irreflexiva y fanática puede perturbar las defensas de las personas dentro del
tumulto apoteósico de una revolución, hasta convertir a los individuos, cuando
pierden su individualidad, en intérpretes del error.
Vaclav Havel, el desaparecido líder de la Revolución de
Terciopelo en la antigua Checoslovaquia, sugería que la mejor arma contra una
dictadura totalitaria es la transparencia en la actuación de los opositores o
disidentes. Responder a un supuesto infiltrado puede no ser parte de un
programa cívico y es mejor que no lo sea cuando los objetivos apuntan hacia algo
mucho más importante.
La experiencia sirve para aprender. Y para ilustrar a los
líderes, invitarlos a leer, pegar el odio a un consultor, ejercitarse como políticos,
acudir a las bibliotecas y hacer la diferencia.
Lo triste de las imágenes que circulan en la red es que
nadie, al menos no se ve en el video, haya intentado parar aquel remedo al peor
estilo castrista. ¡Que Lastima!