Cuba duele, me dijo un amigo que vive en el exilio hace más de cuarenta años. Este hombre llegó a Estados Unidos siendo un niño con la esperanza de volver en menos de seis meses. Sin embargo, la consolidación de Fidel Castro en el poder, la debilidad de sus opositores, la falta de un consenso político entre los amantes de la democracia y el apego a las decisiones de Washington, por quienes llegaban desde la isla a radicarse en esta orilla, le truncaron el regreso.
Ahora vive acomodado al mejor estilo norteamericano mirando, como simple espectador, los acontecimientos que ocurren en Cuba. Según, su opinión, “descubrí como la patria se me iba perdiendo tras la muerte de mis padres, el nacimiento de mis hijos, la llegada de los nietos y el florecimiento de un sentimiento muy especial por éste país que me acogió con entera libertad. Realmente, sigo siendo cubano, pero en Estados Unidos tengo lo que más yo quiero”
Este puede ser un ejemplo similar al de miles de cubanos que en situación desesperada vinieron aquí y siguen sufriendo la ausencia de Cuba, pero compensando su fastidio con el atractivo de la sociedad estadounidense.
Hace pocos días, justamente esta semana, unos patriotas llegados de Cuba impedían a otro compatriota suyo estar en la trinchera por la libertad de la isla. Y es que al parecer algunos se atribuyen el patrimonio de esa lucha cerrando las puertas a quienes pueden ser voces altas, activos movilizadores por el cambio y parte de un proceso que necesita sumar las mejores voluntades de un pueblo que ha perdido su rumbo.
Parte del problema cubano se debe a la falta de visión sobre su futuro y a la manía de seguir creyendo en el proyecto que sale de cada cabeza, sin que sea sometido al escrutinio de los demás, para ser impuesto como la salvación del país. También, a la poca capacidad intelectual, política y ética de algunos de los que hoy deciden como hacer las cosas en ambas orillas.
Sucede también, para llenar la copa, que el compadreo, los intereses creados, la tortilla política y el amiguismo siguen apoderándose del escenario donde se debería hacer una verdadera oposición. Un sistema estructural y dinámico, como el totalitarismo cubano, necesita del talento de sus mejores hijos para imponerse sobre la inoperancia del sistema. La mediocridad, es un derroche obscuro que nada aporta a lo que Cuba necesita.
Sin ningún pesimismo, porque el optimismo de delata, mientras ocurran estas maniobras sombrías, mi amigo seguirá exiliado sin la esperanza de volver a Madruga a la espera del día de su muerte como sucedió con sus padres.