La muerte prematura de Marlene González Conesa ha dejado desconcertados a sus familiares y a todos los que la conocieron. Ella era una mujer flemática y solidaria, lo cual indicaban la fuerza de su carácter y su desmedido amor por los demás. Recuerdo verla en su pequeña y humilde casa de Las Tunas junto a Melissa, su única hija, cuando ésta recién había nacido. Mostraba la alegría de quien alcanza su mayor meta en la vida y espera tocar, a partir de ahí, las estrellas con sus manos. Ella y Jorge Luis González Tanquero, su esposo, fundaron aquella familia con la aspiración de verla crecer en Cuba, pero en libertad. Su sueño no fue posible de alcanzar en su patria y emigró con la misma tristeza que todos los que una vez hemos abandonado la patria llevamos en el corazón. Me lo confesó en una soleada mañana el domingo 16 del mes de enero en Tampa, ciudad donde residía. “Extraño a Papi y a Cuba”, me dijo.
Unos días después caía abatida por una repentina enfermedad que la mantuvo inerte durante más de cinco meses. La volví a ver, pero esta vez estaba postrada, con la rigidez serena de la inconciencia y sus ojos húmedos clavados en el infinito de la espera. Era ella, pero sin su voz poderosa y dulce, no lo creía porque me faltaba su sonrisa amplia, la sazón insuperable de sus comidas y el abrazo sincero al que me acostumbró. Estaba esperando la partida final hacia un destino fijo. Sin embargo, aseguro que pudo escuchar mi lamento por verla partir demasiado pronto sin volver a las calles del pueblo donde ambos crecimos.
Ahora que no estará en este mundo, pero si en la gloria del cielo, la recuerdo con una mezcla de dolor y alegría. El sufrimiento porque no me acostumbro a la muerte de nadie y menos de aquellos a quienes quiero. El júbilo porque quien haya vivido dejando huellas de bien, como lo hizo Marlene, me consuela de paz.
La historia por escribir en Cuba tendrá un capitulo inevitable para personas como ella. Su posición de madre, esposa y ciudadana lo asumió como un compromiso con su tiempo al abrir las puertas de su hogar para luchar contra una dictadura y haber tomado las calles para demandar la libertad de los presos políticos.
No te olvidaremos hermana, el adiós contigo es imposible. El día del triunfo estaremos juntos en las plazas libres de la patria, porque las mujeres como tu nunca mueren.
¡Descansa en Paz!