El “doctor” Pedro Sánchez, presidente del gobierno español, viajará a Cuba en la segunda quincena de Noviembre. Es un viaje apresurado y conveniente para este señor, si tomamos en cuenta las circunstancias que llevaron al líder socialista a la Moncloa. Pocas visitas oficiales se fraguan en tan breve tiempo. También está motivado por la invitación de Díaz Canel, cuando ambos se encontraron en New York hace unas pocas semanas atrás. El Dr. Sánchez, un socialista afín al marxismo de Podemos y Pablo Iglesias, es digno de estudio. Su cara habla por él. A primera vista, se le ve comprimiendo el odio contra todo lo diferente a su imaginario político. Es rabioso y no puede esconder su desanimo cuando algo funciona al revés a su credo. Es un tipo que asusta, a pesar de su juventud, porque ambiciona el poder de manera feroz. Además, por lo visto, no tiene escrúpulos para nadar contra corriente y para decir NO aunque cueste el hundimiento de la barca. Yo no vino en España, pero leo las noticias en los diarios de allí, veo los noticiarios internacionales y las opiniones de los expertos. En ello descubro el retrato de un hombre aferrado a cambiar la historia por decreto y a buscar alianzas con quienes desean hacer mil pedazos de la España grande, que al día de hoy no parece eterna. Creo ver en su rostro -que habla por él- a la estirpe castrada del comunista real, camuflado detrás de las cortinas democráticas y la formalidad parlamentaria, reinventándose en un siglo convulso y confuso, donde golpear es válido y al precio que sea. ¿Qué hará en Cuba? Legitimar a la dictadura, congratularse con haber pisado la tierra de algún antepasado y aspirar a la gloria de un déspota caribeño. A defender los intereses económicos de los españoles que no quieren negros en sus negocios, pero si multas en sus camas. Y a conquistar, de eso si estoy seguro, el agrado de la élite castrista por convertirse en facilitador del reconocimiento en la Unión Europea a la última dictadura de occidente.
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