Sunday, September 23, 2018

Respuesta oportuna a un oportunista racial


Si me miras negro y te veo blanco, si resumes mi vida por el color de mi piel y yo la tuya por las mismas razones; si sientes miedo de acercarte y yo repelo tu cercanía, estamos los dos en un sima distante e irreconciliable. El hombre, por su esencia, no es negro. No es blanco. Tampoco amarillo, mulato o moreno. Es simplemente hombre con matices epiteliales propios. Lo digo, porque ayer, también antes y más de una vez, me preguntaron (con morbosa ironía)  porque cuando se me preguntaba a cuál raza pertenezco, mi respuesta es: a la raza humana. Y es permanente esta creencia. Mi esposa, es eslava, de ojos claros y piel nívea, se clasifica en idéntica similitud. Tengo la seguridad que, en esos asuntos, viajamos en la misma orbita y los dos entendemos mejor la naturaleza humana -que es lo que nos hace persona-que a los matices de la piel de otros. Y es frecuente juzgar por aquello que aflora a simple vista. Si es negro, pude ser peligroso. Si es blanco lo contrario. Absurda superficialidad destinada a empantanar la movilidad racial, el entendimiento y la cercanía entre la gente. Ahí, en esas clasificaciones redundantes se enclaustra el prejuicio, renace el racismo y se encumbra la auto segregación actual. Lo peor es, a mi entender, cuando intentan remediar el problema, decirle al de piel oscura que no lo es para nivelar la ecuación igualitaria que funciona en la palabra pero nunca en la realidad. Es erróneo porque se simula y altera la dinámica de la construcción racial. Tal simulación, es una separación forzosa  y un castigo dúctil en el intento de no incomodar a nadie. Detrás de esos temas tabúes se esconde una gran hipocresía.

Ese asunto lo entiendo muy bien. Vivo en Mississippi, una región del sur americano, donde los matices de la piel so tomaban en cuenta. Hace algo más de cincuenta años acá estaban tan separadas las personas de piel clara y oscura que la violencia por motivo de raza era el pan de cada día. Hoy, todo es diferente -a pesar de los retazos que el odio racial incrustó en la conciencia social del sur- y la gente ubica su lugar con extremo cuidado antes esos temas complejos. La palabra negro se excluye de cualquier modelo indicativo asociado a una persona. El término blanco es invariable y a nadie molesta. Lo contrario advierte la victimización, el desgano y la porfiada rareza de hacernos ver a nosotros mismos diferentes. No es el uso de la palabra negro lo que debe incomodar. Eso es irrelevante, al menos para mí. Debe incomodar mucho más cuando el racista silente no te llama negro, pero no te quiere a su lado y niega el derecho a la oportunidad. Incomodan los líderes justipreciados por la pulcritud del lenguaje y distantes de los problemas reales de sus comunidades negras. Incomoda, y no es para menos, aquellos pancistas asalariados que no ocultan su odio y apetecen el conflicto para sacar ventaja y seguir sobreviviendo de la representación. Incomoda la violencia entre iguales en los barrios donde los que aprietan el gatillo no son personas de piel clara. Incomoda la negativa a admitir esta verdad. 
  
Es menos importante la envoltura que el contenido y quien lo vea a la inversa tiene un gran problema. Y es su problema. Martí, tan grande y necesario, fue preciso cuando escribió: “Los hombres de pompa e interés se irán de un lado, blancos o negros; y los hombres generosos y desinteresados, se irán de otro. Los hombres verdaderos, negros o blancos, se tratarán con lealtad y ternura, por el gusto del mérito, y el orgullo de todo lo que honre la tierra en que nacimos”.

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